lunes, 28 de noviembre de 2011

UN PIANISTA EN MEDIO DE LA GUERRA

Ver El pianista, notable filme de Polanski, significa recordar el horror de la guerra. Aquel Tánatos señalado por Freud en 1923 en Más allá del principio del placer, y descuidado por nuestra sociedad, en donde hemos llegado al extremo de llegar a convivir con la violencia y la muerte como si se tratara de sucesos sin importancia. Polanski nos recuerda en este filme que las guerras son siempre nefastas, y no solo para los que pelean, sino para los civiles que asisten como invitados involuntarios a una masacre que está más lejos de su entendimiento. Basta ver el rostro acongojado de Adrien Brody, representando al pianista Spilman, luego de su vano intento por salvar al niño que al retornar al gueto es descubierto y golpeado del otro lado del muro hasta morir, para identificarse con su sufrimiento.

¿Por qué recordar un suceso tan doloroso? Precisamente por eso. Por el dolor que representaron y representan aún, las millones de muertes, en su mayoría de civiles, que trajo como consecuencia la ambición de unos pocos. Cuando el acorazado alemán Schleswig Holstein atacó la península polaca de Westerplatte, se dio inicio a la más cruenta guerra del mundo moderno. Nuestra indignación debe impedir que se repita. Y estamos fracasando. Nuestra indignación a cedido ante la indiferencia. Aquí la relevancia del filme de Polanski. En El pianista, asistimos a la historia de Wladyslaw Spilman, destacado artista, que padece las consecuencias de la invasión alemana a Varsovia, la capital de Polonia, ciudad que va siendo devastada al igual que el protagonista. La destrucción de ambos se muestra en paralelo. Las ruinas del gueto coinciden con la soledad forzada, a la cual, se ve obligado enfrentar Spilman para sobrevivir. Las guerras y la muerte, significan lo mismo, destrucción y pérdidas. La ciudad pierde su belleza arquitectónica, el país derrotado pierde su dignidad y Spilman pierde a su familia y a sus amigos. Lo que no debemos perder es nuestra capacidad de memoria, no para mantener vivo el resentimiento, sino para aprender del error y luchar con todas nuestras fuerzas para que el horror de la guerra no se vuelva a repetir.

MASCULINIDAD Y FEMINIDAD: AMANTES Y ENEMIGOS

“Me he casado con un descuartizador de aguacates. Y comprenderán que mi matrimonio es un fracaso”.

Un fracaso si no acepto lo diferente, lo cual, incluye las diferencias de género. Y es que entre lo diferente y las diferencias existe una gran distancia, al igual que entre los miembros de la pareja. ¿Acaso no parecíamos tan semejantes cuando nos enamoramos? En efecto, la simbiosis, la negación y otros mecanismos colaboraron para que nuestro psiquismo formara una imagen del otro de acuerdo a nuestras propias necesidades. Deseos, mencionaría Lacan. Creamos una imagen, un híbrido fantástico construido con partes de objetos prestados, sobre todo de nosotros mismos, y esto se debe a que nuestros contenidos necesitan encontrar un espacio donde ser depositados, recibidos, amados y porque no tolerados.

¿Entonces nunca hemos sido tan semejantes? No. Así, de tajante, y no lo éramos porque el otro no existía, solo era una fantasía, y las fantasías tarde o temprano tenemos que dejarlas de lado, porque vivimos en un mundo real, y las personas son realidades, no imágenes.

“Me he casado con un descuartizador de aguacates. Y comprenderán que mi matrimonio es un fracaso”.

Una diferencia crucial que la protagonista del relato Mi hombre, de Rosa Montero no entiende. Su lectura es casi una obligación para quienes deseen acceder al sombrío drama de la cotidianeidad en la pareja.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

LO QUE CONOZCO DE CONTAR HISTORIAS

Referirse a un texto escrito por uno mismo, siempre resulta un tanto bochornoso, al menos para mí. En este caso, se trata de mi segundo libro de relatos, hecho que me aleja cada vez más de la psicología y me acerca al quehacer literario, aunque no soy iluso como para reconocer la imposibilidad de una dedicación exclusiva a este arte, así que estaré obligado a seguir siendo un infiel, académico se entiende.

Quisiera iniciar este discurso con una anécdota, en la cual, la presencia de Eros y Tánatos resultó fundamental como durante toda mi vida. Contaba con 14 o 15 años, cuando el maligno virus de la faringitis me atacó con toda su furia. Fueron siete días de malestar terrible, con breves momentos donde los síntomas parecían remitir, y digo terrible porque para las enfermedades soy, una vez superada mi tolerancia, bastante exagerado. Durante aquella semana, me dediqué a lo único que podía hacer, aparte de ver televisión, leer. Así, llegó a mis manos un extenso libro que devoré sin cesar desde la primera página. Viaje imaginariamente con Santiago y Ambrosio por diversos lugares del Perú durante el segundo período militar. Adivinaran ustedes que me estoy refiriendo a Conversación en la catedral, extraordinaria novela que reúne cuatro historias en una. Aquel fue el inicio de mi acercamiento hacia la literatura, antes solo había leído alguno que otro libro, sin mayor interés que la obligación de cumplir con una tarea escolar, actitud de la cual, me arrepiento. De igual modo, lamento cada oportunidad perdida donde opté por no leer o escribir con la excusa de cumplir con otras labores pendientes del quehacer cotidiano. Ahora no encuentro nada más placentero que disfrutar de un buen libro o crear una historia a través de la palabra escrita. Debo confesar que luego de leer tan extraordinario libro, leí mucha literatura ligera, sobre todo una colección de best seller, editado por Oveja negra. La mayoría fueron libros totalmente prescindibles, pero entre ellos tuve la fortuna de encontrar auténticos tesoros como: Moby Dick, El americano impasible, La guerra de los mundos, El retrato de Dorian Gray, entre otros que cautivaron al entonces adolescente que era y terminaron de sumergirlo por completo en el mundo fascinante de la literatura.

Escribir un cuento, como sostuvo Juan Boch, es referirse a un hecho que tiene indudable importancia. Ahora ustedes, se preguntaran con toda razón ¿qué o cuáles hechos son importantes? Interrogante difícil de contestar. Su misma relatividad se apoya en que cada uno de ustedes encontrará una respuesta diferente. Creo que toda persona aspirante a escritor, no debe elegir un tema pensando que aquello que nos conmueve, y por consiguiente, es importante para nosotros, lo es también para los demás. Craso error. Escribir, además de pasión, imprescindible por cierto, requiere técnica y esfuerzo. Mucho esfuerzo. Me atrevería incluso a afirmar, que no se facilita la tarea si elegimos un tema universal como el amor. Cada autor debe encontrar su estilo, la forma de plasmarlo en el papel. Por ejemplo Bioy Casares en Historias de amor realiza una fusión entre el escepticismo y la valoración de dicho sentimiento, Carver en toda su obra prefirió retratar la fragilidad humana con un tono melancólico y austero, Hemingway en La corta y feliz vida de Francis Macomber, nos muestra los miedos, la hipocresía y las ilusiones de una pareja en situaciones de peligro, mientras que Cortazar refleja con precisión la angustia existencial humana en El perseguidor. Todos ellos, son ejemplos de sucesos importantes, escritos con técnica y pasión.

Un cuento sin técnica es deficiente. Un cuento sin pasión, carece de alma. Ambas deben fusionarse en busca de un mismo objetivo: contar un buen cuento.

Algunos colegas y amigos me han preguntado, si la profesión de psicólogo influye en mis relatos. Yo quisiera creer que no, porque no pretendo hacer psicología con ellos, sino literatura, y estoy plenamente convenció de la idea planteada por Wilde, que el arte debe servir para divertir, para el placer, no para enseñar, al menos como función primaria. Sin embargo, debo admitir, que en ocasiones, la psicología se filtra, como por ejemplo, cuando recreo a un delirante en el relato Italy, o cuando tengo la osadía de escribir sobre Freud, el padre del Psicoanálisis. Esto me lleva a reflexionar acerca de la estrecha relación existente entre ambas. Incluso me atrevería a sostener que la literatura nos revela aspectos de la personalidad antes que la psicología. Qué saben los ajedrecistas de mujeres pretende llegar a ustedes con pasión y técnica. Ignoro si lo logra. Técnica que descubrí gracias a los narradores Roberto Reyes y Cronwel Jara.

Para finalizar quisiera rescatar la idea de la escisión tan notoria, que viven muchas personas al verse obligadas a compartir su tiempo entre la actividad laboral y la actividad literaria. En ese orden. Recordemos que vivimos en un país donde las dificultades económicas restringen el desarrollo cultural, y donde la actividad artística se ve relegada por el quehacer cotidiano cargado de responsabilidades, de presiones laborales y con muchas invitaciones a estar mal. Toda persona que se inicia en esta delicada labor, es como un pez fuera del agua, es decir, debe enfrentarse a un ambiente cultural reducido, carente de oportunidades, una sociedad cada vez menos humana y más materialista, donde publicar colinda con el milagro, y además debe sobrevivir a ello. Es como vivir de modo similar al célebre personaje de Stevenson, el doctor Jekyll y su alter ego míster Hyde, la idea no es propia, la escuché de un colega hace unos años. Vivir de acuerdo a las normas o como uno prefiere. O vivir según el postulado Lacaniano del Yo como imagen, lo que significa que el ser humano, a veces, no es el mismo, sino Eso que acompaña al Yo. Así, me siento, a veces como un Yo, a veces como un Eso, a veces como Jekill, a veces como Hyde, y es que entre la realidad y la ficción, existen escasas alternativas de elección, y un aspirante a escritor debe tener el valor de arriesgarse y elegir, ya que no se puede seguir siendo un infiel académico toda la vida. Muchas gracias.

(Discurso ofrecido en el año 2004, durante la presentación del libro Qué saben los ajedrecistas de mujeres)

Fernando Espíritu Alvarez

domingo, 6 de noviembre de 2011

UNA NOVELA SUECA

Aunque adquirí el placer por la lectura durante mis años escolares gracias a los best seller, el buen sentido común siempre me aconseja, al igual que algunos maestros a desconfiar de ellos. La experiencia nos ha demostrado que la mayoría de libros considerados en esta categoría son una estafa, inflada por la propaganda y hasta bien recibida en algunos casos, por una crítica literaria incapaz de cumplir su verdadera función. En menor proporción, un segundo grupo de esta categoría por lo menos entretiene al lector, aunque sin llegar la obra esperada, lo que convierte al libro, a mi criterio en aceptable. Y un tercer grupo, el más reducido, resulta una verdadera sorpresa y todo un descubrimiento por su brillantez.

En el caso de la novela de Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres, perteneciente a la trilogía Millenium, encontramos un texto que perteneciendo al segundo grupo planteado, en algunas de sus páginas pretende alcanzar al grupo más selecto, lo que resulta meritorio. Los protagonistas principales están unidos por un lazo de rebeldía que dirigen en contra de la sociedad corrupta y abusiva. Ambos han caído en desgracia, pero la derrota no forma parte de su estilo y forma de ser. Las motivaciones de Lisbeth son enteramente personales, fruto del trauma y la impotencia, mientras que las de Mikael provienen de una identificación con el prójimo, con el colectivo. El resluado es el mismo, ambos luchan, aun cuando todas las posibilidades están en su contra. Lisbeth debe enfrentar a un tutor del gobierno degenerado y Mikael a dos corporaciones de enorme prestigio. El fondo de un supuesto crimen traslada al lector al descubrimiento de los comportamientos más bajos a los que puede ser capaz de llegar un ser humano, amparado en ideologías tan absurdas como dogmáticas. La inteligencia y perseverancia de Mikael unida a la indocilidad y memoria fotográfica de Lisbeth, les permite salir airosos por el momento. La unión hace la fuerza, nos dijo otro escritor hace ya varios siglos. En esta novela de Larsson, a pesar de la imposibilidad vincular de uno de los protagonistas, esta afirmación de solidaridad, queda confirmada.

jueves, 27 de octubre de 2011

UN RAYITO DE LUZ

"Little Miss Sunshine", es un canto a la vida. Es un rayito de luz para nuestra vida. Me atrevería a decir, que luego de ver el film, salimos mejorados como personas. No volvemos a ser los mismos. No solo es una comedía cínica que emociona y saca lo más bello de todos nosotros, sino que representa la esperanza, en este caso de una familia neurótica, en la cual muchos nos vemos proyectados, donde cada uno de sus integrantes viven aislados, sometidos por los avatares de una sociedad que se nos impone. Esta familia que parece derrotada, se aferra como cada uno de nosotros a sus sueños, a su fantasía, y es en ella, y su duro golpe con la realidad, donde de modo paradójico se reencuentra. El film nos muestra a una familia disfuncional como protagonista, donde el guionista, el poco conocido Michael Arndt y los directores Dayton y Faris, también ubicados en la misma condición de escaso reconocimiento público, mezclan lo cómico con lo dramático, lo absurdo con lo profundo. Las metáforas y los conflictos abundan por doquier, hasta la antigua y averiada camioneta, guarda perfecta relación con el marco absurdo al cual, nos traslada Amdt.

La madre infatigable y adicta al cigarro a pesar su de sufrimiento consigue mantener unida a la familia. La pregunta ¿por qué?, aquí no parece válida. La interrogante latente ¿para qué?, se adapta mejor para un entendimiento. El padre buscador constante de éxito que nunca llega, porque no es capaz de mirar en el sitio correcto. El abuelo un adicto a las drogas que vive sin reparo alguno. El tío homosexual y con tendencias suicidas rechazado por todos. El hijo aislado del mundo, no habla con nadie y sólo desea lograr su sueño, sueño imposible magistralmente descubierto por un examen de vista derivado de la muerte del abuelo. Y la niña, Aquella maravillosa niña. Toda dulzura y encanto, ingenuidad y amor, pero sobre todo felicidad, ya que para ser feliz sólo hace falta mirarla a la cara. Ella, el pequeño rayito de Sol, cambia a su familia, nos cambia a todos. Nos hace comprender que en lo profundo, ya todos somos felices.

Pequeña miss sunshine fue un film de reducido presupuesto ante las majestuosas y exageradas producciones de Hollywood, que logra con todo mérito varias nominaciones al Oscar, incluida la categoría de mejor película del año (1996). Todo un canto de fe a la esperanza.

jueves, 20 de octubre de 2011

PROXIMA PUBLICACÓN: "TE QUEDA UN POCO DE CAFÉ"

Aquí les ofrezco un fragmento del prólogo, que me modo muy gentil, el narrador Roberto Reyes, escribió con respecto a mi nuevo libro.

Los cuentos que componen ¿Te queda un poco de café?, de Fernando Espíritu, ahondan la exposición de conflictos personales presentados en sus primeros conjuntos de relatos titulados Río salvaje (2002) y Qué saben los ajedrecistas de mujeres (2004). En este caso, predominan también los escenarios y personajes urbanos, pero ahora existe mayor concentración en el tratamiento, pues el tema del amor, de los encuentros y desencuentros de parejas, que en el anterior libro eran un aspecto importante pero no el único, ahora representan un tema esencial y recurrente.

En los cuentos, a menudo se puede observar cómo el frágil equilibrio emocional de los personajes es puesto a prueba ante situaciones conflictivas. Ante ellas, los actores narrativos reaccionan generalmente de manera brusca, aunque en el fondo muestren falta de convicción, dejándose llevar por una inercia personal o por las convenciones sociales, mientras interiormente van cultivando insatisfacción y rencores.

Roberto Reyes.

miércoles, 12 de octubre de 2011

ALGUNOS LIBROS MEMORABLES

Aquí les ofrezco un listado de obras literarias fascinantes, cuya lectura no solo los cautivará, sino que los trasportará en un viaje emocionante al mundo de la ficción. Espero les agrade:

  •  Los miserables – Víctor Hugo
  •  La taberna – Emile Zola
  •  Moby Dick – Herman Melville
  •  El retrato de Dorian Gray – Oscar Wilde
  •  Sala Nº 6 y otros cuentos- Anton Chejov
  •  La balada del café triste - Carson McCullers  
  •  Conversación en la catedral – Mario Vargas Llosa
  •  Final del juego – Julio Cortazar
  •  La insoportable levedad del ser – Milan Kundera
  •  El evangelio según Jesucristo – José Saramago
  •  Si me necesitas llámame – Raymond Carver
  •  El resplandor –Stephen King

miércoles, 14 de septiembre de 2011

POEMA 12

Aquí les dejo un poema del argentino Oliverio Girondo, que plasma con maestría lo acontecido durante el proceso de elección, enamoramiento, conflicto, decepción, disolución y reencuentro en la pareja.

Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan.

lunes, 20 de junio de 2011

¿CÓMO ESCRIBIR?

Toda persona que anhela convertirse en un escritor, sueña con descubrir una fórmula que le permita alcanzar tal objetivo. Como en la relación de pareja y en el amor, dicha fórmula no existe. Escribir pertenece al campo de la subjetividad, una subjetividad que no puede enseñarse, pero si puede aprenderse, y este aprendizaje depende de la individualidad de cada uno. ¿Quieres realmente ser escritor? Y ¿cuánto lo deseas? Dos interrogantes que deben ser resueltas por todo joven aspirante antes de iniciar su viaje por este maravilloso mundo. Maravilloso sino aspiras al reconocimiento. De lo contrario, la frustración ante la ingratitud real o fantástica del entorno se apoderara de ti sin misericordia. Escribir debe ser la satisfacción fundamental. Contar historias, solo por el hecho de contarlas. Nada más.

Como sostiene Vargas Llosa en Cartas a un novelista, a muchos jóvenes se les pasa por la cabeza, pedirle consejo a alguno de los escritores consagrados que lo maravillaron con sus obras, y cuyo deslumbramiento es el punto de partida para desear convertirse en un futuro escritor. En mi caso sucedió lo mismo. Pregunté, indagué, leí, asistí a talleres de narrativa, siempre en busca de la fórmula precisa. Todos, personas y libros me ayudaron. Como sostuve líneas arriba, nadie pudo enseñarme a escribir, pero sí conseguí aprender de ellos. Es una paradoja cargada de subjetividad, la cual me permite ofrecer una serie sugerencias de escritores notables que despierten en el aspirante a escritor su individualidad propia capaz de ser plasmada en una obra.

• La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada real. (Julio Ramón Ribeyro)
• El cuento debe iniciarse con el protagonista en acción, física o psicológica, pero en acción. (Juan Boch)
• No adjetives sin necesidad y no pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia, cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento. (Horacio Quiroga)
• Un cuento debe comprometer de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana. (Flannery Oconnor)
• Para la creación hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo, crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va hablar ese personaje, es decir,darle forma. (Juan Rulfo)
• Cuando se ponga usted a escribir, le parecerá que tiene muchas cosas por hacer: una visita que debe cumplir, no se ha afeitado. No haga caso. Hay que trabajar diariamente. (Máximo Gorki)
• Un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación. (William Faulkner)
• En una historia siempre hay cambio y siempre hay movimiento. (Ernest Hemingway)
• Nunca aborde los cuentos de uno en uno. Si uno aborda los cuentos de un en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte. (Roberto Bolaño)
• El pan del escritor es el vocabulario, pero no hagas ningún esfuerzo consciente de mejorarlo. Buscar palabras complicadas por vergüenza de usar las normales, es lo peor que se le puede hacer a la obra. (Stephen King)
• La vocación es el punto de partida de todo escritor. (Mario Vargas Llosa)

miércoles, 8 de junio de 2011

SEVEN

Seven, traducida como Pecados capitales da el nombre a un filme pionero del cine negro. Apareció en las pantallas en 1995 y conmovió a todos con los horrendos crímenes cometidos por Jon Doe, un asesino en serie que utiliza los siete pecados capitales esbozados por Dante Alighieri en la sección del purgatorio de La divina comedia (gula, avaricia, pereza, lujuria, soberbia, ira y envidia), como motivación principal para cometer tales homicidios.

El desconcierto inicial de Somerset, un detective a punto de jubilarse y de Mills ansioso por reemplazar a su colega más veterano, comienza a ser rezagado cuando ambos deciden dejar sus diferencias y optan por colaborar entre sí. Incluso logran encontrar y perseguir al asesino, pero este, a pesar de llegar a tener a Mills a su merced, decide escapar.

El filme se presenta dividido por los siete días de la semana, y en cada uno es descubierto un asesinato. Jon Doe lo tiene todo planificado y su captura parece imposible, una fantasia. Y es que el asesino nos traslada a un mundo paralelo, compuesto de por sus contenidos internos salidos al exterior. El filme tiene el mérito de mostrar los traumas propios de cada individuo, los fantasmas que nos persiguen durante toda nuestra existencia, puesto que forman parte de nosotros mismos. La falta de luz en los ambientes contribuye a crear una atmósfera sombría, acorde con los sucesos, como en el caso del obeso que es obligado a comer hasta reventar o de Víctor encontrado en estado de coma, luego de padecer un año de tortura.

A medida que las acciones transcurren, la tensión propia del suspenso va en incremento, así como el sadismo de cada crimen cometido. La mujer acusada de soberbia es enfrentada a dos opciones, llamar a emergencia y vivir sin su rostro o tomar las pastillas y morir. Ella decide lo segundo.

El desenlace inesperado redondea un extraordinario filme. Jon Doe lleva al extremo su psicopatía y sus delirios al encarnar el mismo la envidia, que lo lleva cometer su último y más horrendo crimen. Le corta la cabeza a la esposa del detective Mills y se la lleva de obsequio. Luego de modo paciente espera como el joven detective se convierte en la ira ante la mirada impotente de su compañero Somerset. El trastorno consecuente de Mills resulta evidente.

miércoles, 1 de junio de 2011

UN GUIÓN MUY ORIGINAL

¿Puede llegar a combinarse el humor y la violencia sin llegar a convertirse en una parodia o una comedia? El filme “Tiempos violentos” de Tarantino que sorprendió a muchos en 1994 nos demuestra que sí. En este guión, a todas luces original Tarantino no solo es capaz de fusionar la muerte con la ironía (El asesinato de Vincent al salir del baño a manos del boxeador o el arma del mismo Vincent disparada de manera accidental acabando con la vida de su joven cómplice), sino que muestra la amoralidad y la nula sensibilidad de determinadas personas, en este caso del bajo mundo. Nos obliga a preguntarnos cómo es posible la existencia de seres humanos carentes de toda vinculación y consideración hacia el otro, ya que ni siquiera las escenas donde Vincent ayuda a Mia, víctima de una sobredosis, o a Buch ayudando a Marcelus, no tienen un fin altruista, sino un fin de autoconservación.

Tiempos violentos nos enseña que el sadismo también puede resultar gracioso, lo que resulta válido como una variante artística, pero lo más relevante es su mensaje sobre el mundo, el entorno que nos rodea. Nos advierte acerca de las innumerables invitaciones que recibimos para estar mal. ¿Las aceptamos o no? Y en caso de ser inevitables, ¿cómo las recibimos? ¿Con humor o con violencia?

miércoles, 20 de abril de 2011

¿REDRUM O EL RESPLANDOR?

Un niño montado en un triciclo, paseando por los pasadizos del Hotel Oveerlook, es una escena que permanecerá almacenada en mi memoria por el resto de mi vida. El suspenso al que nos traslada Kubrick, nos obliga a recordar que no son necesarias situaciones extraordinarias en nuestras vidas para experimentar un verdadero cambio a nivel de nuestros afectos o nuestro comportamiento. Sino todo lo contrario, en la mayor parte son las situaciones cotidianas (como el hecho de cuidar un hotel) y en apariencia sin importancia las que llegan a calar hondo, instalándose de modo sutil en nuestra personalidad. El resultado obvio, es el cambio, la transformación de lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos en el futuro, con una sola certeza, la incertidumbre del resultado.

¿Y la actuación de Jack Nicholson? Memorable. Kubrick se propuso filmar un brote esquizofrénico, y Nicholson cumplió, su mirada asesina mientras persigue a Danny y Wendy portando un hacha nos estremecen como en el peor día de invierno. El desenlace en el laberinto nos emociona de igual modo, aunque quienes hemos leído la novela de King, con seguridad hubiéramos preferido la escena de los animales vegetales atacando a Hallorann y al mismo Danny. Se entiende su ausencia. La imposibilidad de realizar las escenas con la tecnología de aquel momento.

El resplandor es una de las novelas más destacadas de Stephen King, conocido narrador americano nacido en Maine. Su especialidad el suspenso y el terror de tipo fantástico. Kubrick nos regaló un excelente filme con un guión adaptado, pero modificó la esencia de la obra. Solo la escena final de Nicholson incluido en la fotografía del cuadro en una de las paredes del Overlook, nos acerca a la fantasía que pretendía plasmar King.

El trastorno de personalidad presentado por el autor está muy lejos de la esquizofrenia de Kubrick. En la novela, el Overlook embrujado se apodera de Jack para de este modo llegar a Danny poseedor de el resplandor que permite al niño presentir el peligro. Redrum, palabra que Danny ve invertida en el espejo significa asesinato. A diferencia del filme, en la novela toda la familia está en peligro, y el padre poseído recobra por un instante la conciencia y se sacrifica para salvar a sus seres queridos. ¿Redrum o El resplandor? ¿El filme o la novela? Sin desmerecer al director de La naranja mecánica, esta vez, me inclino por la novela.

viernes, 25 de febrero de 2011

UN SOLITARIO AL PIE DEL ACANTILADO

"Al Pie del Acantilado", es un relato que forma parte del volumen "Tres Historias Sublevantes", presentado por Julio R. Ribeyro en el año 1964, el término sublevante derivado de la palabra sublevar, como sabemos significa alzar en sedición, que podemos desglosarlo a su vez, en dos maneras: como protesta o como levantamiento de pasiones, ambas posturas se incluyen en el relato. Aquí un resumen del mismo.

El relato presenta la historia de Leandro, un hombre viudo y marginado, caracterizado por una actitud de resignación y melancolía ante los sucesos de la vida, que llega buscando un hogar y se establece en un acantilado, junto con sus hijos Pepe y Toribio. El tono sombrío que acompaña el relato, parece en un inicio contrariado por la actitud optimista y progresista del personaje Pepe que lucha en la playa por conseguir la prosperidad familiar, sin embargo pronto el autor se encarga de retirarlo de la ficción, al provocar su muerte en el mar. La historia continúa narrando la vida grisácea de los personajes a los que se une Samuel, un prófugo de la justicia que demuestra a pesar de su aislamiento, sus dotes creativas. Con el trascurrir del tiempo, todos terminan alejándose del viejo Leandro voluntaria o involuntariamente, el cual, es desalojado por las autoridades municipales luego de siete años de residencia, junto con los habitantes de una barriada formada en lo alto del acantilado. El relato culmina cuando Leandro en compañía de su hijo Toribio que ha regresado, deciden colocar la primera piedra de su nuevo hogar, al borde de la playa, en otro acantilado.

Cuando se termina de leer "Al Pie del Acantilado", quedamos invadidos por múltiples sensaciones, derivadas de aquellos rasgos psíquicos de los personajes que el autor nos contagia y presenta no solo con maestría narrativa, sino como una forma de acceder a su propia personalidad. Bien sostenía el escritor norteamericano Carver: “Tú no eres tus personajes, pero tus personajes si son tú”.

Un primer elemento sencillo de discriminar es la identificación, definida por Freud (1926), como la sustitución de una relación humana perdida ó de una relación de la cual se experimenta una imperiosa necesidad, pero que es inalcanzable, dicho mecanismo se aprecia cuando el narrador-personaje se refiere a la planta de Higuerilla, con la cuál encuentra similitudes desde un nivel que lo degrada como ser humano.

"Esa planta salvaje que brota y se multiplica en los lugares más amargos y escarpados... Ella no pide favores a nadie, pide tan solo un pedazo de espacio para sobrevivir... La higuerilla sigue creciendo alimentándose de piedras y de basura".

Desde un principio se aprecia en los personajes, un rechazo y resentimiento propio de los marginales, con respecto a la sociedad, actitud que les impide establecer relaciones interpersonales adecuadas, inclusive muestran una preferencia por el contacto con los animales que cobijan bajo su techo, a vincularse con otros seres humanos. Es destacable el mecanismo de Aislamiento presente, que impide la relación angustiante entre el objeto y sus afectos, y que los libera de todo contacto. Esta dificultad en las relaciones interpersonales podríamos entenderla en la vida del autor desde dos perspectivas:

- Reacciones de conductas que corresponden a una evitación como mecanismo adaptativo contra la ansiedad.
- Escases de Emociones, lo que representaría una parcial pérdida de contacto con el mundo de los objetos, lo que sería un indicador de un estilo de vida Esquizoide.

La segunda alternativa, se ajusta con mayor eficacia que la primera a los comportamientos manifestados por los personajes, sino recordemos la narración que hace el viejo Leandro ante la muerte de su hijo Pepe.

"Para que llorar, si las lágrimas ni matan, ni alimentan... En verdad estaba agotado y no podía siquiera conmoverme".

Es factible desprender, la imposibilidad de un desahogo emocional adecuado del citado párrafo, observamos una incapacidad para transmitir y expresar afecto, semejante a una imposibilidad vincular, limitándose a una relación superficial, es decir que no logra establecer lazos consistentes con los objetos, manteniéndose seguro a un nivel, que Fenichel, denomina Pseudo-contactos, existiendo la posibilidad de un falso self, como lo plantea Winnicott, siendo la causa fundamental de este estado, la incapacidad materna para interpretar las necesidades del niño que lo sumerge en una vivencia de aislamiento y peligro resultante de la pérdida del entendimiento afectivo con la madre, en una época en que ésta es, para el bebé, su único medio ambiente, de manera que queda sin ninguna defensa posible. A medida que transcurre el relato se aprecia que los personajes evolucionan y logran establecer, aunque de modo precario por la dosis de inseguridad manifiesta, ciertas relaciones de compañerismo y surgen alianzas que a pesar de representar un aspecto evolutivo del Yo, todavía permanecen aislados entre sí, aspecto plasmado en la teoría de Klein al referirse a las relaciones de objeto de tipo parcial, es decir, que no veo a los demás tal y como son, sino solo una parte de ellos; de igual modo existen dificultades en la capacidad de comprensión del ambiente que lo rodea, por ello el viejo Leandro, se sorprende de la actitud colaboradora de los pescadores que ofrecen sus barcas para salir en busca del hijo ahogado.

Intentar comprender el porqué Ribeyro decide eliminar al personaje más productivo y por consiguiente más cercano a la pulsión de vida, viene a ser la confirmación de su tendencia tanática, fruto posiblemente de un déficit en su relacionalidad básica, que convierte la vida del individuo en una lucha a través de relaciones superficiales con personas y sucesos, de ficciones, destinadas todas ellas a crearse la falsa sensación de poseer un verdadero yo, situación a donde termina por confinar a sus personajes. En alguna ocasión Ribeyro manifiesta:

"Siempre me ha gustado, estar un poco al margen, como un francotirador, un poco en retirada".

De manera similar, se percibe al personaje Leandro.

Una mención especial merece la ausencia del personaje femenino en la mayoría de su obra, y cuando aparece no figura en un papel óptimo, con escasas excepciones.

"Las mujeres ¿para que sirven? Ellas nos hacen maldecir y nos meten el odio en los ojos". Manifiesta el personaje Samuel en el relato aquí analizado.

Klein afirma que desde el principio el yo es capaz de sentir ansiedad, utilizar mecanismos de defensa y establecer relaciones con los demás, en un inicio el Yo está muy desorganizado al crecimiento fisiológico y psicológico, tiene desde el comienzo tendencia a integrarse. A veces bajo el impacto del instinto de muerte y de una angustia intolerable, esta tendencia pierde toda efectividad y se produce una desintegración defensiva, cuando se va enfrentando con la angustia persecutoria que le produce el instinto de muerte, ante lo cual, el yo se defiende con una proyección, y luego una conversión del instinto de muerte en agresión. El Yo se divide y proyecta hacia afuera tanto su instinto de muerte convertido en perseguidor, como su instinto de vida a fin de crear un objeto que lo satisfaga, así surge el objeto ideal que el sujeto trata de adquirir e identificarse con este.

Es posible afirmar que debido a la dificultad en las relaciones interpersonales establecidas en los personajes existe un Yo débil y frágil, un yo dividido, en constante conflicto entre la persecución y la satisfacción, un yo dominado por el temor y la soledad, que busca un contacto con la naturaleza para sobrevivir, representada por el mar, que lo recepciona y al mismo tiempo lo ataca, una metáfora de una relación con los demás de tipo inmadura y parcial.

El relato representa un Yo en constante búsqueda de sí mismo, proyectado por el autor en sus personajes con los cuáles se identifica, sintiéndolos como parte suya, sino recordemos las palabras de Carver antes mencionado, convertidos en una necesidad para estar completo, para vivir. Y también incluye una protesta contra la sociedad que abruma y somete a las personas con escasos recursos, los personajes aparecen como incapaces de alcanzar sus deseos a pesar de su esfuerzo. En esta ocasión la unión no hace la fuerza, o ¿será que para Ribeyro la sociedad impide su concreción? Debemos recordar, que luego de una ardua lucha legal, los pobladores del acantilado se marchan derrotados. No solo han perdido sus casa, sino también su identidad.

La situación que sucede como conclusión del relato destaca la tendencia de una repetición, es decir un actuar para no recordar, como lo menciona Freud en “Recuerdo, elaboración y repetición”. Repetición donde se encuentran atrapados los personajes, pero al mismo tiempo, el autor nos ofrece una luz de esperanza, Leandro y su familia caminan por la orilla del mar dispuestos una vez más a intentar edificar su nueva vivienda, su nuevo Yo.

"Mis cuentos son el espejo de mi propia vida, reflejo de mi mundo, de mi infancia" (p.12).

lunes, 7 de febrero de 2011

ALREDEDOR DE LA TORRE


            El estruendo apagó por unos instantes todos los demás ruidos, el silbido del viento y el grito de sus compañeros. La torre de electricidad se desmoronó como un enorme gigante frente a sus narices. Una segunda explosión lo había arrojado a unos metros de la caseta de vigilancia a la cual regresaba. Sentía el cuerpo adolorido y la idea de encontrarse herido lo asustó. Se palpó la cabeza, el pecho, las piernas, en apariencia estaba ileso. El fuego que consumía la caseta abría una pequeña brecha en la oscuridad. “Pobre sargento”. Se quedó en el puesto con Torres y López, y ahora están muertos. Recordó que lo maldijo mentalmente cuando lo eligió junto con Carrasco para efectuar la ronda nocturna. “Carrasco”, lo había olvidado por completo. Su compañero caminaba unos metros adelante cuando ocurrió la explosión. Se levantó para buscarlo. Avanzó con dificultad algunos pasos y se arrepintió. “Que bruto, los terrucos pueden verme”, pensó. “Aunque seguro, ya salieron corriendo”. De todos modos se encogió sobre sus piernas intentando agudizar la vista. Descubrió su arma a su izquierda, la levantó con cuidado y le pareció que pesaba más de lo normal. La dejó caer dos veces antes de sujetarla bien. “Estoy jodido”, concluyó al sentir un dolor más intenso en el cuerpo. Se arrastró vigilante hacia la caseta. “Ojalá Carrasco estuviera vivo”, pero el temor de encontrar su cuerpo en pedazos lo obligó a detenerse. Sólo debía tranquilizarse, en unas horas llegarían los refuerzos. La noticia de este nuevo atentado, pronto sería un flash en Lima.

            El camarada Genaro y el muchacho salieron corriendo alejándose de la torre, no se percataron de las minas, Genaro tuvo suerte, pero el muchacho salió volando por los aires. La explosión ahogó su grito. Su camarada detonó los explosivos y la torre de electricidad comenzó a ladearse. El muchacho gritó más fuerte, lo aterró la idea de quedar aplastado por los escombros de la torre. Un cable cayó cerca y una segunda explosión, casi simultánea, atronó en la noche. Imaginó al camarada Genaro volando la caseta militar y sonrió a pesar del dolor en sus piernas. “Bien hecho camarada, jodiste a esos cachacos”. Era lo más importante, cumplir con la misión. Cerró los ojos para no llorar pero el dolor lo desgarraba y fracasó en su intento, sollozaba. No podía mover sus piernas y no quería verlas. Se reprochó su debilidad. No temía morir, estaba preparado, lo que no soportaba era el dolor. “No estoy llorando, carajo”, se dijo. Deseó con todas sus fuerzas que el camarada Genaro regresara, lo llevaría de regreso al campamento, y si lo hallaba en mala condición, se apiadaría de él, y lo mataría; y pensar cuanto se alegró cuando Manolo, el camarada jefe lo designó para la misión. “Vas con Genaro, y tú pondrás las cargas”. “Gracias, camarada”, respondió entusiasmado. Era su primera misión importante, y quien sabe, tal vez, la única, suspiró.

            -Oye ¿viste eso?
            -¿Qué cosa? -preguntó Carrasco.
            -Por allí -señaló hacia la torre el joven soldado.
            Carrasco avanzó con precaución unos pasos, agudizó la vista, luego se relajó.
            -No hay nada, hombre, son tus muñecos.
            -Me pareció ver a dos personas.
            -¿Terrucos? Ni locos -comentó Carrasco-. Con una base tan cerca y con tantas zonas desprotegidas, van a venir a joder aquí.
            -Seguro me pareció.
            -Ya te dije, son tus muñecos.
            Carrasco siempre tomaba las cosas con calma. El joven soldado admiraba su tranquilidad, la percibía como sinónimo de madurez, y eso que apenas los diferenciaba un año. Ni siquiera lo vio preocupado cuando una columna senderista atacó a la patrulla camino a Santa Eulalia. Asesinaron  a los que viajaban en el jeep y hubo tres bajas en el camión. Tapia, un serranito huanuqueño que cumplía con su servicio militar; Calderón, un negro limeño especialista en chistes obscenos, y Morales, también limeño que cayó  muerto a su lado dejándolo paralizado de la impresión. “Salta, cojudo”, fue la voz de Carrasco que lo hizo reaccionar. Se salvaron de milagro. Recuerda que no durmió una semana, y apenas lograba dormitar soñaba con los terrucos atacándolos.
            -Ya me dio frío -dijo Carrasco-. Mejor regresemos, antes que esos conchudos se acaben el café.
            El joven soldado asintió pero permaneció inmóvil observando las torres. No estaba del todo convencido de que las siluetas vistas fueran producto de su ansiedad. El rugir de un trueno y la voz de Carrasco gritándole que se apure, lo convencieron de regresar. Al volver la vista, observó que su compañero se había adelantado unos metros de distancia. Apenas distinguía su sombra. Decidió correr para alcanzarlo. Nunca lo logró. Un instante después, fue la primera explosión.

            Partieron de noche, luego de dar vivas por el presidente Gonzalo. Los camaradas le desearon suerte y su instructor, el camarada Macarino le entregó una escopeta. “Después te la cambiaré por un fusil”, lo animó. El muchacho prometió no fallar. Imitó al camarada Genaro en todos sus movimientos. Se agazapaba cuando él lo hacía, apresuraba el paso ante sus señales y sólo hablaba, cuando la boca reseca de su camarada emitía algún sonido. Tardaron unas horas para llegar hasta la torre elegida. Hallaron la zona despejada y colocaron las cargas con los explosivos. Al momento de emprender el regreso, distinguieron las siluetas de dos soldados acercándose. “¿Los matamos, camarada?”,se animó a decir el muchacho. “No, deben tener una base cerca, si les hacemos algo, saldrán a buscarlos y nos jodemos”, respondió Genaro. El muchacho lo miró. El camarada Genaro tenía razón, por algo era uno de los más respetados del grupo. Sólo sabía que era de Puno y que hablaba aymara, no recordaba quien se lo dijo. Al escuchar su voz, se sintió seguro. “Mejor busquemos la base, pa’ avisar a los demás”. El muchacho lo siguió.

            Torres puso a calentar agua en el hornillo, mientras el sargento repartía los últimos panes de maíz de una bolsa de trapo entre sus hombres.
            -Mañana deben llegar las provisiones.
            Carrasco jugaba a las cartas con López. Ambos levantaron la cabeza para mirar al sargento.
            -¿Y si no llegan, sargento? -preguntó Torres.
            -Nos jodemos pues, cojudo.
            También escaseaba el kerosén para el lamparín y las baterías de la linterna comenzaban a disminuir su energía. Lo único que tenían de sobra eran municiones.
            El joven soldado se protegía del frío acurrucado en una esquina junto al hornillo. La atmósfera que reinaba en el grupo era desalentadora. En momentos como estos, se extrañaban los chistes obscenos de Calderón. “Pobre negro”, pensó el joven soldado. Comenzaba a adormecerse cuando la voz ronca del sargento lo despertó.
            -Tú, acompaña a Carrasco.
            -Caramba sargento, me interrumpe el juego -protestó Carrasco dejando las cartas.
            -A mover el culo, hombre, y no te quejes.
            El frío se filtró por el vano al abrir la puerta.
            -No se acaben el café -dijo Carrasco.
            -Ya lárgate y cierra que nos congelamos -gritó López.
            Fue la última vez que el joven soldado los vio.

            Se alejaron de la torre evitando a los soldados y avanzaron rápido hacia la carretera bajo una oscuridad total. Las nubes anunciaban lluvia. Tal como lo presintió el camarada Genaro, encontraron una caseta del ejército cerca. Una luz amarillenta salía de la ventana y una bandera peruana flameaba en el techo. “No deben ser muchos”. El camarada Genaro lo obligó a esconderse. “Esperamos que regresen los que están de ronda, y los jodemos a todos”. El muchacho asintió entusiasmado. No sólo volaría una torre, sino que además acabaría con representantes del imperialismo. El camarada Manolo explicaba cada noche que eran los culpables de todas las injusticias sociales. El muchacho los odiaba, aunque no entendía bien por que.

            Transcurrieron unos minutos y se desató la lluvia. El joven soldado sintió los músculos cada vez más tiesos. “No te asustes, seguro es por el frío”, pensó. Decidió que era mejor moverse, acercarse al fuego de la caseta y soportar el horror de los cuerpos calcinados, de lo contrario se congelaría. Se sorprendió imaginando que tal vez, lo ascenderían a sargento, luego recapacitó, primero tenía que ser cabo. Son increíbles las tonterías que uno piensa en momentos como estos, se dijo. Lo más probable es que lo castigaran por dejar que los terrucos volaran la torre. “El ejército está jodido, hermano”, le dijo Carrasco, aquella vez que los destinaron a buscar un aeropuerto clandestino cerca de Tingo María. Entablaron combate con una columna terrorista, dos subversivos murieron en la lucha. Los demás huyeron hacia el monte. Cuando ubicaron los cuerpos de los caídos, el negro Calderón estaba eufórico. Comenzó a gritar como loco y cortó la cabeza de uno de ellos. El sargento informó a sus superiores, y poco faltó para que le abrieran un juicio al negro por abuso en combate. “Que abuso, si ya estaba muerto”, protestó el negro. Al final, sólo pasó en el calabozo unos días. “Matamos a esas basuras y encima nos enjuician, que injusticia hermano”, concluyó Carrasco. Las débiles lenguas de fuego no eran suficientes para abrigar su cuerpo. Tenía todo el uniforme empapado, una mueca de frío se dibujaba en su rostro. Se odió a sí mismo por no saber que hacer. También odió a la noche, a la lluvia, al frío, pero sobretodo a la soledad. Extrañó a Carrasco, con seguridad él sabría que hacer. Caminó  hacia la carretera bordeando la caseta destruida, un cuerpo apareció ante sus ojos, lo reconoció al instante. Su rostro con la mirada perdida y una herida profusa en abdomen le indicaron que murió sin sufrir. “Ojalá no me equivoque”, pensó y se sentó a llorar a su lado.

            Al correr los minutos, el muchacho comprendió que el camarada Genaro no regresaría. Si al menos pudiera alcanzar su arma, pero estaba inmovilizado, ya no sentía las piernas y la lluvia formaba barro a su alrededor, como aquella noche que acompañó a los camaradas Macarino y Olga a pintar lemas en las paredes de Quilcas. A su mente acudieron las imágenes de las calles de tierra, la plaza central, las paredes descascaradas de la alcaldía donde los sorprendió la lluvia en el preciso instante que la camarada Olga pintaba la hoz y el martillo. En pocos minutos sus ropas quedaron empapadas y las calles se cubrieron de barro. La pintura se acabó en las paredes de la iglesia. “Faltó la casa comunal”, dijo el camarada Macarino. Regresaron por el jirón principal, encontraron las casas a oscuras, no vieron  a nadie, sólo un perro ladraba cerca, por algún lado. Salieron del pueblo hacia campo abierto. La lluvia azotando la tierra no les permitió escuchar los pasos acercándose. Ellos tampoco se percataron. La sorpresa en los ojos del primer rondero fue similar a la que vivenciaron los camaradas. Una ráfaga de metralla acabó con los gritos de aviso de aquel infeliz. Macarino ordenó la retirada al momento que los demás ronderos se lanzaban disparando sobre ellos. La camarada Olga se volvió para responder el fuego. No distinguió si llegó a derribar a alguno antes de verla caer herida, sólo recordaba que él corrió desesperado y que advirtió los gritos atormentados de la camarada antes de morir. Luego su angustia al tropezar y caer rodando por una pendiente. Felizmente los ronderos no lo vieron, y él permaneció enterrado en medio del barro con el cuerpo adolorido imaginando que moriría, igual que ahora echado junto a la torre de electricidad. La misma lluvia torrencial, la oscuridad total y unas manos jalándolo de los hombros, el susto inicial y la alegría al ver el rostro del camarada Macarino ayudándolo a levantarse. Consiguió burlar a los ronderos y volvió por él. Unas manos que ahora también sintió, pero esta vez, no era el camarada Macarino, tampoco el camarada Genaro, sino un joven soldado que lo pateaba y lo insultaba, y que comenzó a arrastrarlo haciéndolo gritar de dolor. Vio al soldado eufórico, lo escuchó hablar como un loco de un tal Carrasco y supo que estaba perdido. Desde el suelo alcanzó a observar las llamas extinguiéndose por acción de la lluvia, pronto la oscuridad sería total, ansiaba morir con una imagen del paisaje, no lo logró. Una piedra acercándose y la ira en los ojos de aquel joven soldado, fue lo último que vio.

Cuento publicado en el libro “Qué saben los ajedrecistas de mujeres”. (2004).


lunes, 10 de enero de 2011

DEMASIADO TARDE



            Encontré a Elena sentada frente al televisor. Tenía el aparato encendido y una revista en sus manos. Estaba molesta y no sabía por qué. Rechazó mi saludo, dejó la revista en el sillón y se fue en silencio hacia la cocina. “¿Qué pasa, mujer?” Antes, la llamaba amor o bebita, luego pasé a llamarla por su nombre. Ahora, ya casi nunca le digo amor. “Es viernes”, dijo de mala gana. “Te olvidaste”. Así, hablaba Elena. Siempre a medias, esperando que adivine sus deseos. Ignoro cuántas veces le he dicho que no tengo una bola de cristal. Que no soy adivino. Qué hable, pero la mujer es terca y no hace caso. Como casi nunca consigo averiguar lo que quiere, terminamos peleando. Apagué el televisor y escuché correr el agua del lavadero, el ruido de ollas al destaparse y la seguí. La cocina era pequeña, a un lado los reposteros, al frente el lavadero con el refrigerador y nada más. Elena había sido mi alumna de Literatura Contemporánea en la universidad. Escribía poesía y un día saliendo de clase me entregó unos versos para que los revisara. Así, lo hice. Eran versos cursis, pero su entusiasmo me contagió y decidí ayudarla. Al principio, nos reuníamos en mi oficina, luego pasamos al cafetín de la facultad, una tarde la acompañé hasta su paradero y poco a poco la poesía fue desapareciendo de nuestros temas de conversación hasta descubrir que solo había sido un pretexto para acercarse a mí. Quedé desconcertado. Jamás había salido con una alumna, y mucho menos fomentado una relación. Tenía 22 años, once menos que yo. Imaginé su piel tersa, las habladurías de los colegas, sus pechos levantados, los comentarios de los demás alumnos, sus caderas poco exploradas y me decidí. Luego de unos meses, me dijo que no se imaginaba su vida sin mí, y nos casamos. Ahora me arrepiento. Estoy seguro que ella también.

            -Te olvidaste –volvió a repetir.

Tenía razón, unos días antes, mientras tomábamos desayuno habíamos acordado salir a comer y a bailar. Lo había olvidado.

            -Todavía tenemos tiempo –dije.
            Permaneció en silencio. Como si pensara qué decisión tomar.
            -No cociné –dijo, luego me enseñó la olla vacía y sonrío de mala gana

Dejé mi saco sobre la silla y fui al dormitorio de Piero. No estaba. Seguro lo había encargado con su madre. Vivía en edificio de al lado, desde que falleció su esposo. Lo asesinaron en un taxi. Regresaba de no sé dónde. El chofer lo quiso asaltar. Mi suegro se defendió y recibió un disparo en la cabeza. Mi suegra se volvió loca. Toda la familia se volvió loca. No era para menos. Les costó más de un año superarlo. Ana, la hermana mayor se machó al extranjero, aduciendo que Lima era una ciudad de salvajes; Sofía, la segunda, la siguió poco después. Bertha, mi suegra, se negó a abandonar su casa. Anhelaba mantener vivos los recuerdos, con el tiempo se resignó y se trasladó al edificio vecino con la excusa de estar cerca de su nieto. Le encantaba cuidar a Piero. “Me hace compañía”, nos decía. Al principio, no estuve de acuerdo con dicha mudanza. Uno se lleva bien con la suegra mientras vive lejos. “Será nuestra vecina”, dijo Elena pensando que compartiría su entusiasmo. Mi mutismo la desilusionó. Decidí discutir el asunto, pero de nada sirvió. A cada argumento, respondía: “Tú no quieres a mi madre”, y sollozaba como una niña caprichosa. Terminé cediendo y no me arrepiento. Solo el día que se instaló, tuve un mal presagio. Al terminar el almuerzo, la señora Bertha dejó una llave extra de su departamento para nosotros. “Nunca se sabe”, dijo recogiendo los platos. “¿Pagan seguro?”, preguntó. Ya comienza a entrometerse, pensé. En cambio, Elena lo tomó por otro lado. “Ay mamá, qué tétrica”, se quejó. Pronto comprendí que la previsión unida a la prudencia, eran virtudes de mi suegra. No se entrometía en nuestras vidas y yo se lo agradecía con una caja de bombones de vez en cuando.

            -Me cambio y vamos –Elena parecía haber recobrado su buen ánimo-. ¿Comemos pollo?

            Saliendo sentí más frio que de costumbre. Elena decidió avisar a su madre. Regresaríamos antes de la medianoche Ella vivía en un departamento de solo cuatro ambientes, incluido el baño. No se habituaba. Extrañaba a su esposo, a sus hijas mayores. Extrañaba su vida anterior. Piero no había sido suficiente. Yo la entendía, Elena no, así que discutían a cada momento. Encontramos las luces del departamento encendidas. No contestó el llamado del timbre. Elena levantó la mirada, pareció preocuparse.

            -De repente se quedó dormida –dije por decir algo.

            Elena no respondió. Permaneció dubitativa frente a la puerta. Vi molestia en su rostro. Avancé para volver a llamar, esta vez, tenía pensado golpear la puerta, cuando sentí la mano de Elena en mi hombro.

            -Mejor dejemos que duerma –dijo.

Al salir del edificio, nos alejamos en busca de un taxi.

            Cenamos sin apetito. Elena apenas probó su pollo, ni que decir de las papas fritas que tanto le gustaban. Seguía perturbada, y verla así, terminó por anular mi apetito. El mozo nos miró extrañado. Preguntó si pasaba algo con la comida. Le dijimos que no. Elena apartó su plato y se quedó un momento en la misma posición, inmóvil, con una servilleta en sus manos, aburrida. Le propuse regresar de inmediato. Se negó.

            -Tanto te he fastidiado para salir –dijo-. Vamos a bailar.

            No acepté. Ella pareció molestarse. Finalmente, la convencí y accedió a regresar a casa.

            -Soy una tonta –dijo Elena-. Seguro no es nada.
           
Se esforzó por sonreír. Parpadeaba y frotaba sus manos entre sí. El taxi se demoró detrás de un bus. Quise decirle al chofer que se apure, que adelantara al bus. No lo hice. A pocas cuadras de la casa la luz de un semáforo nos detuvo. Ambos nos miramos, sin duda, algo malo presentía.

Subimos corriendo al departamento, tocamos el timbre y nada. Llamamos dos veces más y nos respondió el silencio.

            -Voy por la llave –dije y bajé corriendo por las escaleras sin esperar el ascensor.

            Cuando regresé, Elena lloraba. “Apúrate”, me dijo. Encontramos la radio encendida. Un vaso con agua y un sobre de pastillas en la mesa. En el dormitorio vimos a la señora Bertha tendida en su cama. Vestía de negro. Jamás había dejado el luto. Elena la movió en vano. Estaba inconsciente. Piero dormía a su lado. Elena lo tomo en sus brazos. Quedé paralizado. No sabía qué hacer. Llamar a un doctor, a una ambulancia, a un taxi. Me sentía inútil.

            -Los bomberos tienen ambulancia –dijo Elena.

            Ignoro cómo se le ocurrió. Después recordé la muerte de su padre. Los bomberos lo recogieron de la calzada. Aquel día, no estuve con ella. La alcancé en el hospital cuando ya era demasiado tarde. Esperamos ansiosos. Faltaban pocos minutos para las once de la noche. Un auto pasó raudo con la música a todo volumen. Pronto escuchamos a lo lejos el ulular de la sirena. La señora Bertha respiraba cada vez con mayor dificultad. A su lado, Elena acariciaba su cabello.

            -Ya vienen mamá.

            Tenía razón, la sirena se escuchaba cada vez más cerca.

(Cuento publicado en el libro Río salvaje el año 2002)


miércoles, 5 de enero de 2011

¿Quién soy?

Fernando Espíritu es Magister en Psicología de la Salud en la Universidad Nacional Federico Villarreal, donde actualmente está ejerciendo cátedra. En el campo de su especialidad ha publicado: Guía de Psicodiagnóstico de Rorschach (2002), La pareja: entre el amor y el dolor (2007) y Psicología y literatura (2009).

En el ámbito literario ha publicado los libros de cuentos: Río salvaje (2002); Qué saben los ajedrecistas de mujeres (2004); y Te queda un poco de café (2011). Su inclinación literaria le ha permitido obtener reconocimientos en concursos organizados por la Biblioteca Nacional del Perú, la Universidad Ricardo Palma, la Cadena de librerías Crisol y la Municipalidad de La Victoria.

Ha participado en los talleres literarios dirigidos por los reconocidos narradores: Roberto Reyes, Cronwell Jara, Iván Thays y Bruno Nassi Peric. Además ha sido integrante del Círculo literario: Anillo de Moebius junto a Carmen Guizado, Zelideth Chávez, Catalina Bustamante, entre otros.