domingo, 27 de diciembre de 2015

AÑORANZA


Extraño los pollitos que cuidaba mi abuela. Extraño escucharla cantar. Extraño viajar a Otuzco, su tierra natal con ella. Extraño a mis padres de la infancia. Crecí y como es natural, ellos desaparecieron a pesar de tenerlos cerca. Extraño correr por el parque. Extraño subir a los juegos mecánicos con mi  madre. Extraño ver a Ultrasiete derrotando a los monstros que invadían La tierra, a Marco buscando a su mamá, a Meteoro ganando carreras, al Correcaminos huyendo de las ingeniosas trampas del coyote. Extraño reírme como un niño. Extraño canjear muñecos de Los Picapiedra en las lavanderías American Dry Cleaner. Extraño el chocolate Superleche. Extraño mi infancia.

No extraño mi colegio.

Extraño jugar fútbol toda la tarde con mis amigos en la calzada. Ser arquero porque era el único puesto para el que servía. Extraño jugar canicas, trompo y chapita. Extraño ensuciarme la ropa y llegar todo sudado a mi casa. Extraño faltar al colegio y después tener que ponerme al día con las tareas. Extraño cuando mi tío me llevaba al cine a ver películas de ciencia ficción y de súper héroes, y también extraño mirar las fotografías de los estrenos en los murales de las paredes. Extraño pasear con mi madre por las tiendas Scala, Monterrey y Tía. Extraño coleccionar e intercambiar figuritas de los álbumes de Navarrete. Extraño mis clases de natación aunque al inicio las detestaba. Extraño ver a Perú en el Mundial de España 82. Extraño a la mascota Naranjito. No importa que Polonia nos goleara por 5 a 1. Extraño mi niñez.


No extraño la escases de los ochenta.

Extraño las gaseosas Piña Canada Dry y Teem para la peor sed. Extraño la saga original de Star Wars, aunque la pueda ver repetida mil veces. Extraño jugar ajedrez, no importa si perdía el ascenso de categoría por medio punto. Igual extraño la tensión de estar sentado frente al tablero. Extraño las tribunas colmadas del hipódromo para ver a Misilero y a El Duce. Extraño a Lutz ganando el Gran Premio Latinoamericano. Extraño correr maratón. Extraño saltar en las tribunas del estadio. Extraño grabar música en casete. Extraño cuando existía la amistad. Extraño Trujillo adonde prometo retornar. Extraño mi adolescencia.

No extraño el terrorismo.

Extraño mis años universitarios y todo el tiempo libre que tenía. Extraño a las chicas que me dijeron que no, también a las que me dijeron que sí. Extraño a mis amores imposibles, también a mis amores posibles. Extraño a mi tía Julia que siempre creía en mí. Extraño ir al gimnasio. Extraño el concierto de Indochina en el Amauta. Extraño la voz de Freddy Mercury. Extraño la salsa de Rubén Blades y de Héctor Lavoe. Extraño la emoción de mi primer viaje en avión. Extraño los combates de Hagler y Duran. Extraño las carreras de Sena y Schumacher. Extraño leer en los buses, acabar novelas de 500 páginas y de inmediato comenzar una nueva. Extraño a Michilin, un gato parecido al de “Cementerio de animales” de King. Motta, una perrita chusca juguetona. Oso, un pastor alemán que mis padres regalaron porque no querían la casa convertida en un albergue de animales; y a Kitty, una pekinesa traviesa de color caramelo, todas las mascotas que me acompañaron hasta este momento. Cuanto las extraño. Quizá demasiado. Extraño a mis amigos. Extraño cuando reíamos juntos. Incluso a veces, me extraño a mí mismo. Extraño mi juventud.


No extraño mi vida adulta. La estoy viviendo.