sábado, 28 de marzo de 2020

DILEMA NOCTURNO

(Cuento premiado por la Municipalidad de La Victoria en el 2014 y publicado en el libro: "Hasta siempre,Yoda")


La primera vez que escuché el rumor del Inca asesino, no le presté la más mínima atención. Vi la noticia en uno de esos diarios populares, que uno encuentra colgados en los puestos de periódicos, pero que nunca compra. “La presencia de un asteroide anuncia el fin del mundo”, “Encontraron los clavos de la cruz de Jesús”, “Platillos voladores son vistos al sur de la capital” y tonterías de ese estilo figuraban en sus titulares. Así, que cuando leí en grandes letras rojas: “Inca asesino asola el distrito de La Victoria”, no encontré ninguna razón válida para prestar atención a semejante estupidez.

Trabajaba desde hace ocho años como fotógrafo en La Noticia. Un diario de contenido mediano, lo cual se reflejaba en sus ventas habituales. Sus lectores no figuraban entre los más cultos, pero tampoco pertenecían al grupo de aquellos que solo leen los deportes y las tiras cómicas, o al menos, eso quise creer. Montalván, el director me ofreció un sueldo al destajo. “Si traes buenas fotos, ganas tú y ganamos nosotros, sino te jodes y nosotros buscamos a otro fotógrafo”. Así estaban las cosas. Difíciles. Aquel año, tenía una esposa a quien mantener y debía aguantar, no quedaba otra. Montalván era un hombre extraño. De esos que parecen cuerdos, pero que en realidad no lo son. Le faltaba un tornillo, y uno muy grande.

            -Miren estas fotos –Montalván extendió varias fotografías sobre su escritorio.

            La oficina era pequeña, con una ventana hacia la calle, por la cual, se divisaba el edificio del frente, a un lado un estante para libros lleno de ejemplares pasados de La Noticia y ningún libro, un reloj circular de pared y un cesto de basura lleno de papeles.

-Son espantosas –dijo Ramírez, uno de los redactores.

Carlos, el otro fotógrafo hizo una mueca de asco y retrocedió hacia la puerta. Como ninguno se acercó, las cogí para observarlas de cerca. Ramírez tenía razón, producía un ligero escalofrío mirarlas.

            -Los mataron con un hacha o algo parecido –comenzó a decir Montalván.
-Ya veo –la expresión del director reflejaba con claridad que había intuido algo. Ahora solo faltaba que se acomode los anteojos y lance su versión del caso.
Montalván se acomodó los anteojos, recogió las fotos y dijo:
-¿Han oído algo sobre el Inca asesino?
            -No hablará en serio –dijo Ramírez.
            -¿Por qué no? Vean las fotos.
-Pueden ser trucadas –dije.
            -Las muertes son reales –Montalván volvió de dejar las fotos sobre el escritorio y señaló una por una-. Este era un ambulante, lo decapitaron de un solo tajo y su carrito de emoliente terminó partido en dos.

Las siguientes fotos mostraron a un hombre y a una mujer con cortes a lo largo de todo el cuerpo. Según el director se trataba de un vago y de una puta.

-Y todos fueron encontrados en el mismo lugar.
            -No me diga que en la Plaza Manco Cápac –dije.
            -Exacto y necesitamos una foto.
            Todos nos miramos. Sin duda el director estaba loco.
            -Se imaginan tener una foto de ese Inca o lo que carajo sea. Al periódico le vendría muy bien.

            Y a ti también desgraciado. Sabía que a Montalván poco le importaba la seguridad de sus empleados. Cuando se le metía una idea en la cabeza, nadie era capaz de hacerlo cambiar de opinión. En una ocasión, envió a uno de los fotógrafos a conseguir una toma de un asalto terrorista en el mismo Ayacucho. Días después, recibió la foto de su empleado muerto con la hoz y el martillo pintados en su cuerpo. “Murió como un héroe”, comentó Montalván. En la oficina todos lo miramos con odio, pero ninguno dijo nada.

Carlos rechazó la propuesta y se marchó de inmediato. Ramírez se comprometió a escribir la nota si alguien conseguía una foto. Terminé de observar las fotografías y aunque me pareció escuchar una voz interior que me advertía que no lo hiciera, acepté. Además, qué podía perder. No creía en fantasmas y había perdido todo lo que consideraba importante en mi vida.


El año anterior había sido un año de desgracias. Primero, la muerte de mi padre, el viejo se electrocutó mientras realizaba unas conexiones en casa y luego, mi esposa quien apareció muerta semanas después en las orillas del río Rímac. La policía sospechaba de un asalto con secuestro. Nunca confirmaron nada y no hallaron a los asesinos. Montalván pidió una foto. Me negué y cuando el director amenazó con despedirme, en un arranque de valor lo mandé por un tubo. La reacción del director resultó una total sorpresa. Se quedó mirándome con sus grandes ojos amenazadores, como si pensara qué hago con este insolente. Estaba tenso y me preparé para ser despedido y, a la vez, me dije que no toleraría ningún grito. Entonces el director se levantó y como si leyera mi mente me dijo lo mismo que yo pensaba de él. “Se te ha zafado un tornillo, hombre. Relájate un poco y regresa mañana”.

Al salir de la oficina, fui directo hacia la Plaza Manco Cápac. En la avenida Iquitos el tráfico resultó un caos. Recorrí en veinte minutos lo que en otras circunstancias debía tardar cinco. Mi auto, un Fiat azul del 98 carecía de aire acondicionado y el Sol de verano provocaba un reflejo molesto en el parabrisas. Decidí ignorar un semáforo en rojo y me estacioné a media cuadra de la plaza.

Caminé hasta el monumento y cuando estuve frente a él, me di cuenta que nunca le había prestado atención. “Así, que tú eres el asesino”. Decidí regresar en la noche y esperar. La idea me pareció absurda, pero de momento no se me ocurrió algo mejor.

Las dos primeras semanas, no sucedió nada. Al llegar, estacionaba el Fiat cerca de la Plaza y pasaba la noche en vela aguardando. Arriba del monumento, el Inca no se movió ni un centímetro. Al cabo de unos días, regresé donde Montalván para decirle que la idea era un total disparate. El director luego de lanzar un discurso acerca de la perseverancia, aceptó de mala gana que descansara unos días.

A la noche siguiente, ocurrió otro asesinato.

No lo podía creer. Simplemente no podía. Esta vez, la víctima fue un borracho que amaneció tirado en el pavimento muy cerca del Inca. Sin duda, el asesino estaba divirtiéndose con la policía, no solo había sido capaz de crear el mito del Inca asesino, sino que además se trataba de un maldito sanguinario. Estaba seguro de ello. La fotografía era mi campo y en mi recorrido buscando la toma exacta acorde con la noticia, había sido testigo de muchas cosas, dolorosas y horrendas, trágicas y peligrosas, pero la idea de la existencia de un fantasma no me cabía en la cabeza.

Regresé en mi auto la noche siguiente y la subsiguiente. Continué con la misma rutina durante dos meses hasta el día de mi cumpleaños.  El primero sin Verónica, mi esposa. Ramírez y Carlos me invitaron a beber unas cervezas y acepté. Al despedirse, sugirieron que vaya a dormir. “De ninguna manera”, les dije. Prefería montar la vigilia habitual cerca a la plaza. Necesitaba la foto. Lo sentía en las entrañas. “Aquí está su fantasma”, le gritaría a Montalván. Lo necesitaba. Detuve el auto en la avenida Iquitos y volví a esperar.

Esta vez, no resistí la noche en vela. En algún momento me quedé dormido. Soñé que era cuidador de ovejas en una granja y dentro del mismo sueño, pensé que jamás sería un buen pastor. Había dejado desprotegida a Verónica y la asesinaron. No, no era un buen pastor. Era un excelente cazador. Un cazador de noticias. Entonces me sorprendió el estruendo de un golpe. Al abrir los ojos, vi un cuerpo sobre el parabrisas. Grité. No pude evitarlo. Tenía la cabeza de lado como si el cuello estuviera roto y le faltaba un brazo. Tardé unos instantes en reaccionar. Salí del auto y a pesar del temor y en contra de la voz interior que me avisaba del peligro, sin prever el riesgo corrí hacia la plaza y levanté la mirada hacia el monumento. El Inca Manco Cápac seguía como siempre. De pie con las piernas firmes y abiertas, un brazo levantado apuntando hacia el este y en el otro brazo su cetro. Me sentí estúpido. ¿Qué esperaba ver? ¿El fantasma del Inca corriendo? Miré a todos lados, necesitaba recuperar el aliento y pensar con claridad. El cuerpo era real y debía existir un asesino. Un maldito de carne y hueso y no un fantasma. Por supuesto que sí.

Entonces me di cuenta que había perdido una gran oportunidad. Había dejado escapar al verdadero homicida por correr detrás de un fantasma imaginario. Regresé sobre mis pasos y encontré el Fiat con el parabrisas roto y el cuerpo bañado en sangre. Al acercarme descubrí a un hombre joven. Tenía los ojos abiertos. Todavía alcanzaba a distinguirse el terror en ellos, como si hubiera visto un fantasma. No sé porque vino la imagen de Verónica a mi mente ¿Un fantasma? No, no podía ser. Ella estaba muerta. La encontraron a orillas del rio. Yo la vi. En aquel momento, me pareció ver una sombra enorme cubriendo gran parte de la calle. En mi desesperación no había percibido que era la única persona alrededor de varias cuadras, lo que sin duda resultaba extraño. El gesto en el rostro de aquel hombre indicaba que había lanzado un grito antes de morir. Un grito que ahora se ahogaba en mi garganta al distinguir la sombra adquiriendo forma. Creí ver un cetro gigante y un arma similar a un hacha.

Esta vez, mi voz interior permaneció en silencio. Ansié con todas mis fuerzas que llegara Verónica con su ternura a calmarme o que la visión fuera efecto de la cerveza, pero la sombra estaba cada vez más cerca.

Demasiado cerca.