El
título del artículo pertenece a la frase utilizada en el tráiler publicitario de “Alien, el
octavo pasajero” de 1979, conocido como el primer filme de terror de ciencia
ficción. Recuerdo haber visto la película de niño y todavía permanece grabada
en mi memoria como una estampa, la escena donde el oficial Kane, interpretado
por John Hurt, muere de un modo impresionante delante de sus compañeros durante
la comida en la nave Nostromo. Así nace Alien, y desde el primer momento, es
terrorífico. Pronto, comenzará a matar a toda la tripulación como un animal
sanguinario, y a la vez, con una inteligencia superior a la humana.
Alien se convirtió en ícono del
miedo. Fue el temido “cuco” convertido en realidad, podía estar escondido en
cualquier parte y atacar de improviso amparado en la oscuridad y la absoluta
soledad del espacio. Uno a uno, los tripulantes de la nave Nostromo se convertirán
en sus víctimas, porque Alien, no se detiene, seguirá matando y parece su único
destino, el destino que le otorga el director Scott para mantener al espectador
pegado en la butaca. Angustia y sadismo combinados, fueron el sello que nos
legó esta despiadada criatura. Las secuelas, hasta la reciente Alien covenant,
perdieron aquella sensación de miedo. Era predecible, la sorpresa estaba
perdida. Quizá hasta el segundo filme, se mantuvo el suspenso y el miedo.
Después, se intentó recurrir a complicaciones en la historia y a pesar del
avance de los efectos visuales, gracias a la tecnología, ya no fue lo mismo.
El suspenso y el miedo de Alien
escondido y corriendo por la nave Nostromo en busca de una nueva víctima, fue
insuperable. Mi memoria, así lo recuerda.