domingo, 29 de septiembre de 2019

¿DE QUÉ CONVERSAR CON MI PADRE?


Esta fue una pregunta que muchas personas de mi generación nos hicimos en su momento. Quizá cuando éramos niños o adolescentes y todavía nos importaba la opinión de ese señor, en la mayoría de los casos distante, no necesariamente por carecer de cariño hacia los hijos, sino por formar parte de una cultura muy distinta de la actual. Siempre sostengo que para analizar una situación, el contexto es de vital importancia. Mi padre creció en un entorno donde solo era posible un tipo de amor: el vertical. En aquellos años, no existía la escuela de padres, ni siquiera existía la psicología, al menos en provincia, donde él aprendió a ser su propia imagen. Una imagen que no le permitía conversar con sus hijos, y no piensen que pretendo esbozar una justificación a su comportamiento. Solo pretendo entenderlo como él intenta hacerlo conmigo cuando se lo permito.

      En efecto, la niñez nos marca y un padre distante como el que tuvimos la mayoría de los que vivimos nuestra infancia en los años setenta, lo sabemos. Mi padre no tomaba, no fumaba, no trataba mal a mi madre, llegaba a casa temprano del trabajo, pero faltaba algo porque visto así, parece un padre ideal. No jugaba con su hijo pequeño, en efecto, no evoco a mi padre jugando conmigo, jamás tuvimos la oportunidad de crear un vínculo. Cuando fui adolescente comenzamos a hablar de fútbol, y algunos otros deportes: los años dorados del voleybol, los triunfos del corredor Arnaldo Alvarado, también lo escuchaba hablar de su experiencia en el ejército, pero sobre todo me enseñó lo poco que sé de autos. Nunca me brindó un consejo trascendente acerca de la vida. No era su estilo. Solo me enseñó algo de marcas de autos  pero nada de mecánica porque quería que fuera profesional y no chofer como él había sido toda su vida. Anhelaba algo mejor para su hijo. De joven se recorrió todo el Perú manejando un camión, luego fue conductor de ciudad. Recuerdo un Dodge negro,un Chéker rojo, un Dodge también rojo, un Hilman verde y un Peugeot cobre metálico. Cuando años después adquirí mi primer vehículo, fue mi padre quién estuvo a mi lado. quién me enseñó los secretos de los talleres y los mantenimientos. Quizá por este motivo, me volví fanático de la Fórmula 1. Por mi padre. Quizá no lleguemos a conversar de temas íntimos nunca, pero tengo la seguridad de que si el auto falla, él me brindará el mejor consejo. Con eso, es suficiente.