miércoles, 9 de noviembre de 2011

LO QUE CONOZCO DE CONTAR HISTORIAS

Referirse a un texto escrito por uno mismo, siempre resulta un tanto bochornoso, al menos para mí. En este caso, se trata de mi segundo libro de relatos, hecho que me aleja cada vez más de la psicología y me acerca al quehacer literario, aunque no soy iluso como para reconocer la imposibilidad de una dedicación exclusiva a este arte, así que estaré obligado a seguir siendo un infiel, académico se entiende.

Quisiera iniciar este discurso con una anécdota, en la cual, la presencia de Eros y Tánatos resultó fundamental como durante toda mi vida. Contaba con 14 o 15 años, cuando el maligno virus de la faringitis me atacó con toda su furia. Fueron siete días de malestar terrible, con breves momentos donde los síntomas parecían remitir, y digo terrible porque para las enfermedades soy, una vez superada mi tolerancia, bastante exagerado. Durante aquella semana, me dediqué a lo único que podía hacer, aparte de ver televisión, leer. Así, llegó a mis manos un extenso libro que devoré sin cesar desde la primera página. Viaje imaginariamente con Santiago y Ambrosio por diversos lugares del Perú durante el segundo período militar. Adivinaran ustedes que me estoy refiriendo a Conversación en la catedral, extraordinaria novela que reúne cuatro historias en una. Aquel fue el inicio de mi acercamiento hacia la literatura, antes solo había leído alguno que otro libro, sin mayor interés que la obligación de cumplir con una tarea escolar, actitud de la cual, me arrepiento. De igual modo, lamento cada oportunidad perdida donde opté por no leer o escribir con la excusa de cumplir con otras labores pendientes del quehacer cotidiano. Ahora no encuentro nada más placentero que disfrutar de un buen libro o crear una historia a través de la palabra escrita. Debo confesar que luego de leer tan extraordinario libro, leí mucha literatura ligera, sobre todo una colección de best seller, editado por Oveja negra. La mayoría fueron libros totalmente prescindibles, pero entre ellos tuve la fortuna de encontrar auténticos tesoros como: Moby Dick, El americano impasible, La guerra de los mundos, El retrato de Dorian Gray, entre otros que cautivaron al entonces adolescente que era y terminaron de sumergirlo por completo en el mundo fascinante de la literatura.

Escribir un cuento, como sostuvo Juan Boch, es referirse a un hecho que tiene indudable importancia. Ahora ustedes, se preguntaran con toda razón ¿qué o cuáles hechos son importantes? Interrogante difícil de contestar. Su misma relatividad se apoya en que cada uno de ustedes encontrará una respuesta diferente. Creo que toda persona aspirante a escritor, no debe elegir un tema pensando que aquello que nos conmueve, y por consiguiente, es importante para nosotros, lo es también para los demás. Craso error. Escribir, además de pasión, imprescindible por cierto, requiere técnica y esfuerzo. Mucho esfuerzo. Me atrevería incluso a afirmar, que no se facilita la tarea si elegimos un tema universal como el amor. Cada autor debe encontrar su estilo, la forma de plasmarlo en el papel. Por ejemplo Bioy Casares en Historias de amor realiza una fusión entre el escepticismo y la valoración de dicho sentimiento, Carver en toda su obra prefirió retratar la fragilidad humana con un tono melancólico y austero, Hemingway en La corta y feliz vida de Francis Macomber, nos muestra los miedos, la hipocresía y las ilusiones de una pareja en situaciones de peligro, mientras que Cortazar refleja con precisión la angustia existencial humana en El perseguidor. Todos ellos, son ejemplos de sucesos importantes, escritos con técnica y pasión.

Un cuento sin técnica es deficiente. Un cuento sin pasión, carece de alma. Ambas deben fusionarse en busca de un mismo objetivo: contar un buen cuento.

Algunos colegas y amigos me han preguntado, si la profesión de psicólogo influye en mis relatos. Yo quisiera creer que no, porque no pretendo hacer psicología con ellos, sino literatura, y estoy plenamente convenció de la idea planteada por Wilde, que el arte debe servir para divertir, para el placer, no para enseñar, al menos como función primaria. Sin embargo, debo admitir, que en ocasiones, la psicología se filtra, como por ejemplo, cuando recreo a un delirante en el relato Italy, o cuando tengo la osadía de escribir sobre Freud, el padre del Psicoanálisis. Esto me lleva a reflexionar acerca de la estrecha relación existente entre ambas. Incluso me atrevería a sostener que la literatura nos revela aspectos de la personalidad antes que la psicología. Qué saben los ajedrecistas de mujeres pretende llegar a ustedes con pasión y técnica. Ignoro si lo logra. Técnica que descubrí gracias a los narradores Roberto Reyes y Cronwel Jara.

Para finalizar quisiera rescatar la idea de la escisión tan notoria, que viven muchas personas al verse obligadas a compartir su tiempo entre la actividad laboral y la actividad literaria. En ese orden. Recordemos que vivimos en un país donde las dificultades económicas restringen el desarrollo cultural, y donde la actividad artística se ve relegada por el quehacer cotidiano cargado de responsabilidades, de presiones laborales y con muchas invitaciones a estar mal. Toda persona que se inicia en esta delicada labor, es como un pez fuera del agua, es decir, debe enfrentarse a un ambiente cultural reducido, carente de oportunidades, una sociedad cada vez menos humana y más materialista, donde publicar colinda con el milagro, y además debe sobrevivir a ello. Es como vivir de modo similar al célebre personaje de Stevenson, el doctor Jekyll y su alter ego míster Hyde, la idea no es propia, la escuché de un colega hace unos años. Vivir de acuerdo a las normas o como uno prefiere. O vivir según el postulado Lacaniano del Yo como imagen, lo que significa que el ser humano, a veces, no es el mismo, sino Eso que acompaña al Yo. Así, me siento, a veces como un Yo, a veces como un Eso, a veces como Jekill, a veces como Hyde, y es que entre la realidad y la ficción, existen escasas alternativas de elección, y un aspirante a escritor debe tener el valor de arriesgarse y elegir, ya que no se puede seguir siendo un infiel académico toda la vida. Muchas gracias.

(Discurso ofrecido en el año 2004, durante la presentación del libro Qué saben los ajedrecistas de mujeres)

Fernando Espíritu Alvarez

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