domingo, 31 de julio de 2016

LEER LIBROS CLÁSICOS


Cada vez que un joven comparte conmigo sus deseos de ser escritor, de inmediato suelo hacerle una pregunta. ¿Qué libros has leído? Así como no se puede aprender a nadar sin lanzarse a una piscina, no se puede pretender escribir, si antes haber sido un lector. En temas de lectura, sobre todo en nuestra sociedad, donde casi nadie lee, es necesario, motivar a los nuevos lectores con aquello que más les agrade. Pocos leen al inicio por placer, y si no sucede así, después no se leerá por obligación. Para estos lectores incipientes, lo primero es brindarles textos que llamen su atención y generen afición por los libros. Cuando su atención esté capturada, es posible mejorar su capacidad lectora.


Una vez desarrollada esta capacidad, recomiendo leer a los clásicos, puesto que las obras clásicas no necesitan abogados defensores, ni de marketing tan utilizado hoy en día. Un clásico sólo requiere un espacio en los libreros, en los escaparates y en los planes de estudio. Luego, ellos se defienden por sí mismos y con las innumerables enseñanzas desprendidas de ellos, (sin que sea su finalidad) se ganan los lectores a pulso, a base de su prestigio histórico, a base de lecturas y relecturas atentas y sensibles a lo largo de los siglos, y son capaces de influir de modo significativo en la mente de las nuevas generaciones por su sola capacidad de emocionar y hacer pensar.

Los clásicos se pueden leer y se deben leer, al inicio con alguna ayuda o adaptación aceptable, pero eso sí, siempre que apetezcan, libremente, con interés auténtico y con desnudez de prejuicios. Quizá al inicio, al joven lector no lo atrapen. Ya llegará su momento de entenderlos y disfrutarlos de verdad. Y deben ser leídos con más razón, por los aspirantes a escritores. Por ejemplo, no concibo a un futuro novelista que no haya leído El Quijote, o a un cuentista que no conozca a Chejov, ni mucho menos a un poeta, que no haya disfrutado de la Iliada. Hay excepciones, por supuesto, pero generalmente no es posible desarrollarse como autor sin haber leído una buena obra. Así que a leer, y jamás por obligación. Como mencioné líneas arriba, todo tiene su tiempo.

domingo, 3 de julio de 2016

PASIÓN HÍPICA (Fragmento)


¿Quién puede dudar que el fútbol goce de mayor fanatismo en nuestro país que las carreras de caballos? Nadie. Es evidente que cuando la selección peruana juega un partido crucial en las eliminatorias para un mundial, medio país se paraliza, mientras que apenas un puñado de amantes de la hípica acude al Hipódromo de Monterrico, incluso cuando el programa de carreras incluye un clásico internacional, como el Gran Premio Latinoamericano corrido el año 2014 donde ganó el peruano Lideris, derrotando a dos yeguas, también peruanas: Shakita y Azarenka, y recién en cuarto lugar, apareció el caballo Hielo de Uruguay. Los representantes brasileños, argentinos y chilenos llegaron más atrás. No importa que el fútbol durante las últimas décadas solo nos brinde derrotas. Es el deporte rey. En cambio, la hípica ni siquiera está reconocida como deporte, al menos en nuestro país. Lo cual, no solo considero un error, sino además, una falta de consideración con una actividad que le ha ofrecido tantos logros al país.



            ¿Quién no ha escuchado hablar de “Santorín”? Aunque la mayoría de personas no tenga la menor idea de que carrera ganó, ni mucho menos el año, ni el nombre del jockey (Arturo Morales), basta mencionar su nombre para que los apasionados hípicos lo asocien con el nombre de un caballo que hace muchos años fue el vencedor de un clásico muy importante. En efecto, “Santorín”, un hijo de Biomydrin y Missing Moon, fue el primer caballo peruano en ganar el Gran Premio Internacional Carlos Pellegrini en Buenos Aires, Argentina (el equivalente en el fútbol a ganar la Copa América), y sucedió la noche de 4 de noviembre de 1973. Y “Santorín” no solo ganó, sino demolió a sus rivales, ya que el segundo, el argentino Good Bloke llegó a 13 cuerpos de distancia. Toda una hazaña. La frase de Augusto Ferrando: “No te pares negrito”, quedó para la historia. Faltaban 200 metros y el Biomydrin comenzaba a separarse de sus oponentes, y Ferrando conocedor del tema y emocionado hasta las lágrimas sabía que la carrera estaba en el bolsillo. Al respecto, el periodista argentino Carlos Nalé escribió en el diario El Clarín: “¿Y Santorín? Trece cuerpos delante, ya en Dorrego cuando los otros llegaban arrastrándose al disco. Un nombre en diminutivo para un potrillo enorme ¡Santorín!” Todo un reconocimiento a la hípica peruana. En la actualidad, cuando uno visita el Hipódromo de Monterrico, en una de las entradas existe un monumento a este maravilloso caballo: “Santorín”. Por mi parte, no conozco ningún monumento a un futbolista peruano, quizá por injusticia de las autoridades deportivas o porque todavía no hemos tenido en el fútbol un equivalente a un “Santorín” que destaque sobre el resto por una diferencia de trece cuerpos. Como diría el poeta Vallejo: No lo sé.