domingo, 29 de diciembre de 2019

UNA FÁBULA ÁRABE ACERCA DEL ÉXITO



Cuando uno busca el éxito, en la mayoría de las ocasiones, va posponiendo aspectos importantes de la vida para el mañana. Reír, amar, compartir con el prójimo o simplemente disfrutar de la vida, se convierten en obstáculos para quienes ambicionan el éxito. Al respecto, existe una fábula árabe que considero pertinente para reflexionar sobre el tema.

            Dicen que cuando Dios creó al hombre, a cada individuo le dijo algo al oído: “Nunca he creado a nadie como tú. Tú eres especial. Todos los demás son ordinarios”. Y hasta la actualidad, Dios o la sociedad nos siguen contando esta fábula, y dependiendo del significado que se le atribuya, puede resultar una broma siniestra. La razón es sencilla, sucede que todo el mundo está en la misma situación, es decir cree que es especial y por lo tanto, piensa que lo merece todo.


            Una forma de manifestar esta creencia es la búsqueda del éxito, el inconveniente radica en que millones de personas buscan lo mismo, y solo muy pocos lo alcanzan, esto crea una inmensa frustración. Las personas se tensan mientras se esfuerzan por alcanzar más de lo que tienen, y no perciben que en el camino se pierden diversas oportunidades para disfrutar de la vida. Si cada uno, solo se dedicara a lo suyo, se evitarían la mayoría de los conflictos, disputas laborales, profesionales y de todo tipo. ¿Cuál es el costo del éxito? En muchas ocasiones, la pérdida de la vida misma porque la infancia, la juventud, la vida en su totalidad se va en un abrir y cerrar de ojos. Buscar significa mirar en una sola dirección y perder miles de oportunidades para vivir. Es la paradoja de la existencia. Lo único que cuenta es el resultado final. ¿Fuiste capaz de vivir cada momento de tu vida o te lo perdiste por buscar algo más? En la respuesta a esta pregunta radica lo que cada uno entiende por éxito.

sábado, 19 de octubre de 2019

PAPI de Sylvia Plath

Traducción de Xoán Abeleira


                                                            Sylvia Plath



Tú ya no, tú ya no

Me sirves, zapato negro

En el que viví treinta años

Como un pie, mísera y blancuzca,

Casi sin atreverme ni a chistar ni a mistar.



Papi, tenía que matarte pero

Moriste antes de que me diera tiempo.

Saco lleno de Dios, pesado como el mármol,

Estatua siniestra, espectral, con un dedo del pie gris,

Tan grande como una foca de Frisco,



Y una cabeza en el insólito Atlántico

Donde el verde vaina se derrama sobre el azul,

En medio de las aguas de la hermosa Nauset.

Yo solía rezar para recuperarte.

Ach, du.



En tu lengua alemana, en tu ciudad polaca

Aplastada por el rodillo

De guerras y más guerras.

Aunque el nombre de esa ciudad es de lo más corriente.

Un amigo mío, polaco,



Afirma que hay una o dos docenas.

Por eso yo jamás podía decir dónde habías

Plantado el pie, dónde estaban tus raíces.

Ni siquiera podía hablar contigo.

La lengua se me pegaba a la boca.



Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.

Ich, ich, ich, ich,

Apenas podía hablar.

Te veía en cualquier alemán.

Y ese lenguaje tuyo, tan obsceno.



Una locomotora, una locomotora

Silbando, llevándome lejos, como a una judía.

Una judía camino de Dachau, Auschwitz, Belsen.

Empecé a hablar como una judía.

Incluso creo que podría ser judía.



Las nieves del Tirol, la cerveza rubia de Viena

No son tan puras ni tan auténticas.

Yo, con mi ascendencia gitana, con mi mal hado

Y mi baraja del Tarot, y mi baraja del Tarot,

Bien podría ser algo judía.



Siempre te tuve miedo: a ti, a ti

Con tu Luftwaffe, con tu pomposa germanía,

Con tu pulcro bigote y esa

Mirada aria, azul centelleante.

Hombre-pánzer, hombre-pánzer, Ah tú…



No eras Dios sino una esvástica

Tan negra que ningún cielo podía despejarla.

Toda mujer adora a un fascista,

La bota en la cara, el bruto

Bruto corazón de un bruto como tú.



Mira, papi, aquí estás delante del encerado,

En esta foto tuya que conservo,

Con un hoyuelo en el mentón en lugar de en el pie,

Mas sin dejar por eso de ser un demonio,

El hombre de negro que partió



De un bocado mi lindo y rojo corazón.

Yo tenía diez años cuando te enterraron.

A los veinte intenté suicidarme

Para volver, volver a ti.

Creía que hasta los huesos lo harían.



Pero me sacaron del saco

Y me amañaron con cola.

Y entonces supe lo que tenía que hacer.

Creé una copia tuya,

Un hombre de negro, tipo Meinkampf,



Amante del tormento y la tortura.

Y dije sí, sí quiero.

Pero, papi, esto se acabó. He desconectado

El teléfono negro de raíz, las voces

Ya no pueden reptar por él.



Si ya había matado a un hombre, ahora son dos:

El vampiro que afirmaba ser tú

Y que me chupó la sangre durante un año,

Siete años, en realidad, para que lo sepas.

Así que ya puedes volver a tumbarte, papi.



Hay una estaca clavada en tu grueso y negro

Corazón, pues la gente de la aldea jamás te quiso.

Por eso bailan ahora, y patean sobre ti.

Porque siempre supieron que eras tú, papi,

Papi, cabrón, al fin te rematé.

domingo, 29 de septiembre de 2019

¿DE QUÉ CONVERSAR CON MI PADRE?


Esta fue una pregunta que muchas personas de mi generación nos hicimos en su momento. Quizá cuando éramos niños o adolescentes y todavía nos importaba la opinión de ese señor, en la mayoría de los casos distante, no necesariamente por carecer de cariño hacia los hijos, sino por formar parte de una cultura muy distinta de la actual. Siempre sostengo que para analizar una situación, el contexto es de vital importancia. Mi padre creció en un entorno donde solo era posible un tipo de amor: el vertical. En aquellos años, no existía la escuela de padres, ni siquiera existía la psicología, al menos en provincia, donde él aprendió a ser su propia imagen. Una imagen que no le permitía conversar con sus hijos, y no piensen que pretendo esbozar una justificación a su comportamiento. Solo pretendo entenderlo como él intenta hacerlo conmigo cuando se lo permito.

      En efecto, la niñez nos marca y un padre distante como el que tuvimos la mayoría de los que vivimos nuestra infancia en los años setenta, lo sabemos. Mi padre no tomaba, no fumaba, no trataba mal a mi madre, llegaba a casa temprano del trabajo, pero faltaba algo porque visto así, parece un padre ideal. No jugaba con su hijo pequeño, en efecto, no evoco a mi padre jugando conmigo, jamás tuvimos la oportunidad de crear un vínculo. Cuando fui adolescente comenzamos a hablar de fútbol, y algunos otros deportes: los años dorados del voleybol, los triunfos del corredor Arnaldo Alvarado, también lo escuchaba hablar de su experiencia en el ejército, pero sobre todo me enseñó lo poco que sé de autos. Nunca me brindó un consejo trascendente acerca de la vida. No era su estilo. Solo me enseñó algo de marcas de autos  pero nada de mecánica porque quería que fuera profesional y no chofer como él había sido toda su vida. Anhelaba algo mejor para su hijo. De joven se recorrió todo el Perú manejando un camión, luego fue conductor de ciudad. Recuerdo un Dodge negro,un Chéker rojo, un Dodge también rojo, un Hilman verde y un Peugeot cobre metálico. Cuando años después adquirí mi primer vehículo, fue mi padre quién estuvo a mi lado. quién me enseñó los secretos de los talleres y los mantenimientos. Quizá por este motivo, me volví fanático de la Fórmula 1. Por mi padre. Quizá no lleguemos a conversar de temas íntimos nunca, pero tengo la seguridad de que si el auto falla, él me brindará el mejor consejo. Con eso, es suficiente.

       

domingo, 30 de junio de 2019

¿POR QUÉ JUGAR AJEDREZ?


          El ajedrez no es el único juego de estrategia que existe. Sin embargo, es el que capta más la atención. Las piezas simulan una batalla sobre un tablero de 64 casillas llamadas escaques que permiten a los jugadores explorar casi hasta el infinito un número de jugadas que resulta imposible recordar. Esto fascina a muchos, encontrarse ante una situación totalmente nueva que requiere descubrir una solución en absoluta libertad porque el jugador está solo, no tiene auxilio de nadie. El ajedrez no solo es una batalla contra el contendiente de turno, sino que además, es una lucha con uno mismo, con sus miedos, su optimismo o pesimismo, sus prejuicios, su autoconfianza, y triunfar sobre este tipo de batallas, es decir vencer las propias ansiedades representa uno de las situaciones que mayor satisfacción provoca en las personas.


            Es cierto que el ajedrez, también nos ayuda a desarrollar el pensamiento crítico y ese detalle, es peligroso para muchos, sobre todo para las autoridades que gobiernan una sociedad. Se imaginan si les comento que hubo un tiempo en que lo acusaron de ser un juego racista solo porque la partida la iniciaban las piezas blancas. La estupidez es inmensa. Felizmente aquel absurdo no prosperó y el ajedrez continua vigente. Así como los libros que decidimos leer por voluntad propia (no los que nos obligan), evitan que vivamos engañados y nos ayudan a pensar con total autonomía, el ajedrez ayuda en el segundo aspecto, encontrar una jugada para atacar o para defenderse requiere atención, concentración, percepción, memoria, imaginación, pensamiento, es decir todos los procesos mediadores psicológicos existentes, y a esto, le unimos el aspecto estético, porque quiénes conocen algo de ajedrez, saben que sobre el tablero pueden aparecer dibujos de jugadas magistrales y hermosas, el salto de los caballos, la solidez de las torres o la elegancia de la Dama pueden llegar a ser parte de una estrategia producto de la creatividad. Sí, como lo afirmo, uno puede imaginar los movimientos y si el oponente lo permite, ya que él también juega, llevarlos a cabo y soñar con una partida inolvidable. Estética y pensamiento crítico, dos de las distintas cualidades que nos ofrece el ajedrez. La primera solo para admirarla sobre el tablero, en cambio, la segunda muy peligrosa, enseña a pensar al ser humano y qué peligrosa resulta una persona pensante.

viernes, 31 de mayo de 2019

SULA


          Para mí los buenos libros son los que nos mueven las entrañas, los que uno recuerda a pesar del paso del tiempo, los que conmueven, lo que nos obligan a mirar el mundo de una manera distinta. No los que se limitan a contar anécdotas que pasan ante nuestros ojos y a pesar de entretenernos, las olvidamos al cabo de unos días. 

          A fines del año pasado, leí por primera vez a Toni Morrison, una de mis tantas autoras pendientes. Elegí uno de sus libros menos conocido: "Sula" escrito en 1973. Se trata de una novela corta que edición de bolsillo apenas pasa las 200 páginas. Desde sus primeras páginas, estuve seguro de que había encontrado una nueva joya y al mismo tiempo incorporaba a Morrison entre mis autoras favoritas, puesto que después leí su novela "Beloved" y solo confirmé su maestría. 


              Sula nos cuenta la historia de dos niñas: Sula y Nel, que crecen muy unidas, pero con el tiempo, Sula se aleja del suburbio donde prima la pobreza y que Morrison se encarga de graficar de manera brillante. La autora nos sumerge en los sueños de ambos personajes dentro de un contexto cruel y a la vez, conmovedor. Encontrar un libro con estas características siempre es saludable y bienvenido. Ahora Toni Morrison tiene un nuevo lector.

martes, 30 de abril de 2019

UN CUENTO INDÚ (Recopilación: Anthony De Mello)


 Hablando un día de la tecnología moderna, el Maestro contó el caso de un amigo suyo que pretendía infundir a sus hijos el gusto por la música, para lo cual les compró un piano.

Cuando llegó a su casa aquella misma noche, encontró a sus hijos contemplando el piano absolutamente perplejos. Y al ver a su padre, le preguntaron: "¿Cómo se enciende?"                                       

viernes, 22 de febrero de 2019

¿TODAVÍA EXISTE LA AMISTAD?



La semana pasada se celebró el Día de la amistad; y el comercio, las redes sociales, las calles se vieron invadidas de coloridos mensajes, globos en forma de corazón y osos de peluche gigantes desfilaron por la ciudad, y no pude evitar sentir como el amor y la amistad quedaban reducidas a mercancías, a productos. En una sociedad enajenada como la nuestra, donde se tiende a vivir hacia lo externo, hacia el qué dirán, y a la vez, hacia el individualismo, ¿es posible que todavía exista la amistad? Lo dudo. En todo caso, la amistad será cuestión de excepciones. 

            En la dinámica del ciclo de vida, es natural encontrar y perder amigos. Por ejemplo, durante la niñez, una simple mudanza nos aleja de ellos. A partir de la adolescencia, la pérdida de las amistades cambia, se suman otros factores como la desilusión, las traiciones, que solo nos permiten descubrir algo terrible, sobre todo la primera vez que sucede, el hecho de que muchas personas que suponemos amigas, en realidad no lo son. Con el tiempo, lo aceptamos y comprendemos que la mayoría de personas aparecen y desaparecen de nuestras vidas, y que solo unas pocas, contadas con los dedos de la mano, permanecen a nuestro lado. Recuerdo que cuando inicié mi vida laboral, estaba convencido de que tenía muchos amigos de mi misma profesión, ahora en cambio, estoy seguro que no es así. Lo que sí resulta curioso, es que los escasos amigos de la infancia y la vida escolar, permanecen y ni siquiera necesitamos vernos de modo continuo, porque en la amistad no existe el factor temporal. Nos vemos una o dos veces al año, y es suficiente.


        Entre los colegas existen casos excepcionales de verdadera amistad, donde elementos como: el beneficio mutuo, la generosidad, la cotidianidad, la elección y la afectividad están presentes, pero cada vez, son más escasos. A pesar de ello, lo hermoso, es el descubrimiento de nuevas personas, en mi caso particular, los amantes de la literatura, porque nosotros también aparecemos y desaparecemos en la vida de alguien. Nuestra propia existencia se convierte en una paradoja, entreverados en medio de las personas, surge la amistad aunque cada vez menos, y me fascina el origen de la misma que plantea Aristóteles, y que quizá signifique la razón de tal disminución: la amistad proviene del afecto que el ser humano se tiene a sí mismo. Cuánta razón tiene.