Cada
día entiendo menos la Navidad. Se supone que cada 25 de diciembre se celebra el
nacimiento del Salvador. No solo desde la óptica cristiana, de la cual formo
parte, y que trataré de minimizar con el único fin de ofrecer un análisis
objetivo del tema, sostengo que la vida ejemplar de Jesús solo nos puede
orientar a una conclusión, el hecho de que fue un gran hombre. Toda su vida
está marcada por la coherencia: verbalizaba lo que pensaba y actuaba lo que
verbalizaba. Coherencia que es todo un ejemplo a seguir. Incluso para los no
creyentes, sería mezquino restarle méritos a un hombre que no solo convirtió en
pauta lo que predicó, sino que además se enfrentó al sistema corrupto que
imperaba entonces. Para algunos decisión política, para otros cuestión de fe,
lo cierto es que fue un emperador bizantino convertido al cristianismo, quién
años más tarde instauró la religión cristiana al imperio, desde entonces la
imagen de Jesús no solo se extendió al resto del mundo de occidente conocido,
sino que adquirió un nuevo significado.
Podemos
discutir hasta el cansancio y sin llegar a establecer un acuerdo, sobre si
Jesús fue hijo de Dios, y por lo tanto, fue otro Dios; o si fue un semidiós, ya
que también nació de una mujer llamada María; o en el extremo opuesto, si solo
se trató de un hombre. Por cierto un extraordinario hombre como Sócrates o
Einstein, pero sin dejar su categoría de humano alejado de toda divinidad. Pero
este no es el punto. Reitero, jamás se llegaría a un consenso. Creyentes,
agnósticos y ateos existirán hasta el fin de la humanidad. Sucede que la
doctrina se basa en la fe y no en el conocimiento como la ciencia, tampoco se
apoya en la armonía o en la estética como el arte. Son verdades distintas que
no tienen por qué contradecirse entre sí. Lamentablemente, muchas personas no
lo entienden de este modo, entonces surge el dogmatismo, es decir, creer que se
tiene la razón, que somos poseedores de la única verdad, de lo absoluto. Lo
cual, considero un error. Un argumento en contra de lo planteado, podría estar
referido a la adopción de una postura sofista. Nada más alejado de la verdad.
El sofismo tiene que ver con la falta de compromiso, con el quizá, tal vez,
puede ser. Sofista es aquel que no asume una postura ante ningún tema. Puede
defender o criticar cualquier argumento que se le proponga. A diferencia de la
opción sofista, sostengo que uno debe asumir una postura ante la vida. No
importa si está equivocada o no. Además, uno tiene la capacidad de corregirse y
de aceptar un error. Ni los sofistas, ni los dogmáticos acceden a esta
categoría. Unos no se comprometen con nada mientras que los otros están
enceguecidos con un fundamento.
La
actitud coherente de Jesús la que me aleja cada vez más de la comprensión
actual de la Navidad. Intentar entender la trivialidad que envuelve las
festividades resulta todo un reto. Por ejemplo, ignoro la relación existente
entre el nacimiento de Jesús y ese afán enfermizo que agobia a las personas en
el mes de diciembre por correr a las tiendas a endeudarse con tal adquirir los
mejores obsequios. O aquel absurdo juego del amigo secreto implantado
mayormente en los centros laborales donde uno tiene colegas de trabajo, pero no
amigos (las excepciones son pocas), y que en ocasiones uno se ve obligado a
jugar para no quedar convertido en un paria amargado mal visto por todos. Como
todo tiene sus límites, hace algunos años renuncié a dicha farsa y ahora me
siento mejor conmigo mismo. Sin embargo, confieso que en dos ocasiones recibí de
mis amigos secretos regalos para mí extraordinarios: La insoportable levedad del ser, quizá la mejor novela de Kundera y
el cd Rumors de Flewoodmac. Fueron
dos regalos que me hicieron infinitamente feliz. ¿Y por qué fui tan feliz si
estoy en contra de dicho juego? Porque los obsequios fueron entregados por dos
excepciones, es decir, dos amigas. La navidad no está representada por los
regalos, sino por los vínculos afectivos espontáneos que extendemos hacia los
demás. Un niño no recuerda el regalo costosísimo que recibió de sus familiares,
sino el afecto que recibió o dejó de recibir de ellos. Jesús no arribó al mundo
con obsequios materiales, llegó con su palabra y su obra, y ambas encerraban
desde mi perspectiva un solo aspecto: afecto. Qué lejos está la Navidad hoy en
día de esta palabra.