viernes, 23 de diciembre de 2016

PASIÓN POR EL CINE


Sería absurdo afirmar que mi pasión por el cine es hereditaria. Muchos colegas psicólogos, me tildarían de un hereje de la ciencia o de ignorante. Sin embargo, desconozco si solo una combinación de factores familiares y sociales influyó en mi interés, no solo por gozar de una buena película, sino por acudir a una sala y apreciarla en todo su esplendor en la pantalla grande. Quizá todo comenzó con mi abuela materna: Barbarita. Y esta palabra: quizá, marca la duda acerca de mi “herencia” cinéfila. Ella era una amante del cine mexicano y seguidora de Jorge Negrete y Pedro Infante. Aquellos datos, lo conozco por medio de mi madre, porque cuando nací, hacía varios años que mi abuela había dejado de ir al cine, y solo acudía cuando mi tío Roberto, de modo ocasional la invitaba. Barbarita enviudó de modo imprevisto, cuando mi madre tenía apenas seis años y mi tío dos años menos. Una peritonitis se llevó al abuelo, y Barbarita, se encontró sola con dos hijos a quienes mantener. Fueron tiempos difíciles. Bajo la dictadura de Odría, mi abuela se las ingenió para sacar adelante a su pequeña familia. Trabajaba como lavandera durante todo el día y por las noches, se escapaba de la dura realidad que le había tocado vivir, acudiendo a ver melodramas mexicanos. Quizá, ahí radica el inicio de todo.


Como a mis padres nunca les llamó la atención encerrarse en una sala durante dos horas a disfrutar de una historia. Mis tíos Roberto y Yoli se encargaron de llevarme a las entonces conocidas como salas de estreno. A fines de los setenta, no existían las cadenas de multicines. Solo se trataba de una sala de estreno en determinados distritos de clase media y alta, y donde solo se exhibía una película, y las salas de barrio ubicadas en los distritos menos favorecidos, donde el filme se veía todo borroso y los asientos estaban llenos de pulgas. Gracias a mi tío Roberto, conocí la ciencia ficción, sobre todo Star Wars y a los superhéroes: Supermán y El hombre araña, los únicos que llegaron a la pantalla grande en aquella época, y a mi tía Yoli le debo toda la serie de dibujos animados clásicos de Disney, desde Dumbo hasta El libro de la selva. Todavía recuerdo las fotografías con las mejores escenas pegadas en las paredes del pasillo que llevaba al público a la sala. Así comenzó mi pasión por el cine.

Cuando me convertí en adolescente, todo cambió, pero esa, es otra historia.

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