La
primera vez que leí a Carson McCullers quedé fascinado. Se trató de una de las
novelas más conocidas de la autora norteamericana: “La balada del café triste”,
en una edición denominada Maestros de la literatura universal de la
desaparecida Oveja negra publicada en 1984, y que insistí durante todo un mes a
mis padres para que decidan adquirir los quince tomos que conformaban la
edición. Al final solo pudieron comprar los nueve primeros. Todavía recuerdo a
mi madre, explicándome a mis 14 años, que la precaria economía familiar no
permitiría completar la colección. Haciendo una colecta entre mis tíos adquirí
el número diez. Valió la pena. En dicho volumen, figuraba McCullers, que desde
un inicio se convirtió en una mis autoras preferidas. Los otros autores que
conformaban el texto eran nada menos que Capote, Miller y Fitzgerald. Todo un
lujo. Para quienes no la conocen Carson McCullers nación en Georgia en 1917 y
falleció en Nueva York, en 1967. Solo vivió 50 años, pero bastaron para dejar
una obra extraordinaria, donde el amor aparece como uno de los temas centrales.
Un amor asociado a diversas emociones, sentimientos y situaciones: la
melancolía, la soledad, la violencia, el abandono.
De
este modo, surgió ante mis ojos “La balada del café triste”, una nouvelle
publicada en 1943 en la revista Harper’s Bazaar, y narra la historia de Amelia
y su primo Lymon, presentando un mundo desolado y una existencia dolorosa,
propia del amor no correspondido. Sin embargo, para McCullers, como para muchos
escritores, la literatura era terapéutica y le permitía seguir viviendo. Al respecto, la autora escribe: “La balada
del café triste llegó como un relámpago, como un fenómeno religioso…La bendita
luz del café triste hizo que me pusiera de nuevo a escribir”. Sus admiradores,
de lo agradecemos.
De
los seis relatos que acompañaron a la nouvelle, “El transeúnte” es mi preferido.
Considerado como uno de sus mejores cuentos, “El transeúnte” nos cuenta la
historia de John Ferris y su encuentro con su anterior esposa y su nueva
familia en un viaje que realiza a París, que provoca un análisis de sí mismo
cargado de emociones por el tiempo perdido con su nueva pareja. Así son los
personajes de McCullers, siempre buscando algo extraño, una respuesta, una
pasión, un amor, simpre difícil de encontrar, plasmado en la profundidad de su
narrativa. Un verdadero deleite.
Todavía
tengo aquellos diez tomos en pasta roja con letras doradas que el paso de los
años ha ido despintando. Quizá es una de las colecciones más significativas
para mí, puesto que representan mi primer acercamiento a la literatura de
calidad, así como acercamiento a autores como McCullers, Zola, Tolstoi o Wilde
que figuran entre algunos de mis favoritos. Una vez más insisto, sin desmerecer
la literatura actual, nada mejor que leer a los grandes maestros.
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