Ricardo Silva-Santisteban es un
profesor de escuela antigua. De aquellos que exige atención absoluta y te
expulsa del aula de clase, si descubre a algún alumno conversando o revisando
su celular, una mala costumbre de las nuevas generaciones. Profesores como él,
me enseñaron en pre grado en la década de los noventa cuando estudié psicología
en la Universidad Nacional Federico Villarreal. En aquellos años, todavía muy
pocos tenían acceso al celular, a nosotros nos expulsaban por hablar en el aula
o incluso por realizar una mala exposición. No estoy afirmando que los métodos
educativos antiguos sean superiores a los actuales, solo establezco una
diferencia. Ahora el empoderamiento del alumno, en ocasiones prima sobre la
autoridad de cualquier profesor pusilánime. Pero la metodología educativa no es
motivo de este artículo, sino mi experiencia como estudiante de una segunda
profesión. ¿Cuál? Literatura, y no estoy trastornado, ni estoy en plena crisis
de los cuarenta, ni se me ha zafado un tornillo. Sucede que soy un psicólogo
que ama la lectura, y soy consciente que aquí en el Perú, leer no significa
casi nada. En primer lugar, hay que ganarse el sustento, y recién en segundo
lugar, intentar hacer lo que nos eleva el espíritu. Un absurdo total, pero así
es la vida para un gran número de personas. Por ese motivo, no estudié
Literatura, además, a fines de los ochenta no existían la cantidad de
universidades que hay en la actualidad donde basta inscribirse para estudiar.
Años atrás, las universidades eran escasas y para conseguir un lugar en sus
aulas, había que estudiar con ahínco. Convertirse en universitario era un
verdadero mérito. Así, terminé en la Facultad de psicología, donde aprendí a
querer la profesión.
No es simpático vivir dividido,
pero como en muchos casos, la escisión se impone en la vida. Siendo un amante
de la literatura, terminé como psicoterapeuta de pareja. Qué paradoja. Me
convertí en un infiel de mí mismo. Sin embargo, nunca dejé de leer y escribir.
Mis dos verdaderas pasiones. Estudiar literatura como segunda profesión resultó
inevitable.
El semestre pasado conocí
a Ricardo Silva-Santisteban en el curso de Poesía. Un amante de Shakespeare. Un verdadero Maestro. Todo
un académico. Por primera vez, en mi historia de estudiante hubo momentos donde
me sentí como un total ignorante. Incluso era incapaz de elaborar una pregunta.
Es cierto. Entendía la clase, pero cuando el Maestro anunciaba el tiempo para
absolver alguna duda, no tenía la menor idea de qué preguntar. Sucede, que ese
detalle solo tiene lugar, cuando uno se encuentra con una personalidad
académica de tal magnitud, que los escasos conocimientos no alcanzan para
elaborar una interrogante, (algo similar, me había sucedido en las clases de
Ricardo González Vigil), y es una lástima que académicos como ellos, sean cada
vez más difíciles de encontrar en las universidades. Son otros tiempos
argumentarán algunos. Desde mi punto de vista, se trata de una excusa.
Ricardo Silva-Santisteban
es Presidente de la Academia Peruana de la Lengua y Caballero de las Artes y
las Letras del gobierno francés. Es ensayista, traductor y poeta. Gracias a sus
clases que parecían conferencias magistrales, conocí la poesía de Li Tai Po, Coleridge,
Marwell, Poe (de quién solo había leído sus cuentos) y entendí por primera vez
a Eguren. Aprendí a valorar en toda su magnitud, cómo la furia de Aquiles
desencadena toda una serie de sucesos en el noveno año dela guerra con Troya en
la Iliada, y las aventuras de Ulises en la Odisea.
Recuerdo que acudía al
aula con un enorme bloque de separatas de poética, y una de las pocas veces,
que no la llevé completa porque pesaba mucho, al Maestro se le ocurrió analizar
el poema “En alabanza de la vida campestre”, y ¿adivinen? La ley de Murphy se
cumple. Soy testigo. No tenía el bendito poema entre mis separatas. El profesor
anunció como condición para escuchar la clase, tener el poema. De este modo,
más de la mitad de los compañeros salimos corriendo hacia la fotocopiadora.
Todos los jóvenes maldiciendo y yo como un padre tratando de poner calma. A
pesar de ello, me sentí contagiado por la energía de la juventud manifestada en
sus reclamos. Los jóvenes siempre creen tener la razón, y no la tienen. Luego,
lo descubren, claro. Cuando la experiencia se impone, pero en aquel momento, me
sentí joven de nuevo. Fue estupendo.
Solo tengo una frase por
agregar: gracias por sus enseñanzas, Maestro.
Hola profesor Fernando Espíritu, he encontrado en sus palabras mucho que en si es muy cierto en los jóvenes, a veces llegar a esa humildad de decir "no tengo la razón" es difícil. Se lo digo yo como joven y estudiante también de Psicología. De igual manera, siempre estaré agradecido de sus enseñanzas aunque no se lo haya dicho durante el tiempo que nos enseñaba. Éxitos en todo.
ResponderEliminarRoni Champi
Muchas gracias, Roni.
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