sábado, 12 de septiembre de 2015

DESDE LA VENTANA


Al mirar por la ventana de la sala veo un auto estacionarse frente a la casa. Al fondo se distingue la Plaza Manco Cápac. En la calle mi padre está terminando de cerrar el auto. Es un Dodge negro, aunque no estoy seguro de la marca, tampoco del color. Después otra vez el paisaje, la Plaza Manco Cápac rodeada de casas y avenidas. Este es el único recuerdo que conservo de mi abuela paterna. Un recuerdo difuso que cada día se diluye más. Tenía tres años cuando ella murió, y por alguna razón, estoy convencido de que es ella, quien me tiene arrullado en sus brazos diciendo: “Mira, ya llegó tu papá”. Ni siquiera recuerdo su rostro. Apenas una sombra y su amor. Porque siento su amor mientras me acerca a la ventana. Siento el perfil de ambos muy cerca del vidrio. Es lo único que me queda de ella. Se llamaba Antonia. No alcancé a conocerla lo suficiente y casi nunca evoco la escena. Extraño, porque mi actividad preferida con mi hijo, es cargarlo y llevarlo a echar una mirada por la ventana. Me conmueve su alegría cuando descubre a las palomas en el jardín al interior de la casa o cuando ve pasar a los autos por la calle. Se agita, grita y sonríe. Entonces comprendo el amor que sentía mi abuela. Mi padre dice que tenía el cabello muy negro con trenzas. No lo recuerdo y me doy cuenta de que no necesito hacerlo. Lo estoy viviendo. Hay algo de ella que me impulsa a decirle “upa” a mi hijo, y llevarlo hasta la ventana. También podría darle vueltas o cualquier otra cosa, pero no, antes que nada nos dirigimos hacia una de las ventanas de la casa y nos reímos juntos hasta dejar empañado el vidrio. Ya no está la Plaza Manco Cápac al frente. Tuve unas cuantas mudanzas en mi vida. Como todas, esta parece ser la definitiva. Mi hijo todavía no ha vivido alguna. Tiene el cabello castaño y ya aprendió a decir “baja”, y sé que pronto, no dejará que lo cargue. Así, quedará marcado el final de una etapa.
      Al mirar por la ventana del estudio vemos el auto estacionado en el garaje. “Auto”, dice JF, mi hijo. “Sí, papito, el auto”, le digo. Es un auto gris. Sí, mamita Antonia, es gris, estoy seguro.

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