El diablo es un invento de la sociedad. Aquel ser con
cuernos y cola es la excusa perfecta que permite justificar una serie de
atrocidades que ocurren en el mundo. Entonces nos venden la idea de que el ser
humano no es el perverso, sino que influenciado por Lucifer actúa con un
extraordinario sadismo que no deja de sorprendernos cada día. Basta encender la
televisión por las mañanas y sintonizar los noticieros. En cuestión de minutos,
uno se entera de guerras, asesinatos, abusos de poder, violaciones y
explotación que uno queda sorprendido que en el mundo todavía exista el
concepto de civilización. Si, civilización significa que un esposo le dispare a
la cabeza a su mujer delante de su pequeño hijo, es mejor vivir como salvaje.
Al menos, nuestros primos “inferiores” los animales no matan a los otros por
puro placer.
¿Qué
nos está pasando? Acaso Lucifer se ha liberado de las cadenas que lo tenían bien
sujeto y anda por ahí haciendo de las suyas. Háganme el favor. Semejante
creencia corresponde a la psicología de un niño o a una mediocridad existencial
alarmante. Asumir la existencia del demonio, solo delata la imposibilidad del
hombre para asumir su propia responsabilidad ante el horror de sus acciones,
implica no asumir las consecuencias de sus actos. Es necesario que nosotros
aceptemos nuestra culpa por ser parte de este mundo contemporáneo, donde prima
la ambición del poder y del dinero, dejando de lado los valores sobre los
cuáles se constituyó el concepto civilización. Culpar al diablo, no nos va a
servir de nada. Al contrario, es la salida más fácil para no hacer nada. Lucifer
representa la excusa perfecta para que todo se mantenga igual. Para que miremos
al mundo con resignación y nos limitemos a esperar cuando sucederá otra
desgracia, cuando volverán a dejar a otro bebé abandonado en un basurero,
cuando asesinarán a otro taxista que luchaba por ganarse el pan diario y
pretendió defender su vehículo, cuando uno de los líderes mundiales inicie otra
guerra, según él buscando la paz.
Cuando nos horroricemos de verdad, es decir desde las entrañas, nos daremos cuenta que el demonio no existe, que somos nosotros los responsables, y que está en nosotros el verdadero poder del cambio.
Cuando nos horroricemos de verdad, es decir desde las entrañas, nos daremos cuenta que el demonio no existe, que somos nosotros los responsables, y que está en nosotros el verdadero poder del cambio.