Los tiempos han cambiado. Es
vidente. No significaba lo mismo decidir estudiar psicología a finales de la
década de los ochenta, que en la actualidad. La diferencia resulta casi
abismal. Los prejuicios en contra de los psicólogos eran más intensos en aquellos
años, y las oportunidades laborales representaban casi una utopía. Un segundo
escollo para muchos jóvenes eran los propios padres. Recuerdo que una amiga,
cuando anunció a sus familiares, que postularía a psicología, le respondieron: “¿Y
de qué vas a vivir?” Ante tal argumento, ella terminó eligiendo el periodismo. Felizmente,
en mi caso no sucedió lo mismo. Mis padres apoyaron mi decisión, o por lo
menos, se mostraron neutros. Yo tenía otra pasión: la literatura y ellos, la
conocían. Ignoro cuál hubiera sido su reacción, si les anunciaba mi postulación
a la Facultad de letras, quizá por eso, cuando mencioné psicología, no se les
derrumbó el mundo encima.
Parece
mentira cuántos años han transcurrido desde aquel lejano 1988 cuando en medio
de la crisis económica, donde cada peruano cargaba en el bolsillo innumerables
billetes de intis sin ningún valor, postulé a una universidad particular, dato
que muy pocos conocen, e ingresé a la carrera de psicología a los 16 años. Un
año después estaba decepcionado. No de la psicología, sino de aquella
universidad, así que decidí trasladarme. De esta forma, me convertí en villarrealino.
Sí, la Universidad Nacional Federico Villarreal es mi Alma Mater. Universidad
por la tengo sentimientos encontrados. Lo confieso. Amor y odio. Así es mi
relación con ella. La quiero cuando percibo el entusiasmo de las nuevas
generaciones de alumnos, y la odio…en fin, este artículo aparecerá en un blog
público, así que no interesa porque la odio
a veces. Solo a veces.
Le
debo mucho a la psicología, pero debo hacer una segunda confesión. Le fui
infiel porque continué cultivando mi pasión por la literatura, Saramago,
Kundera, Carver, son capaces de conmoverme hasta la lágrima. Incluso estudio
Literatura como segunda profesión. Así es mi infidelidad o quizá debería decir mi escisión. Es cierto que la
psicología y la literatura van de la mano, una desde la ciencia y la otra desde
el arte, pero entonces ¿soy un psicólogo o un escritor? Por supuesto que soy un
psicólogo, un psicoterapeuta de pareja, y a la vez, estoy convencido de que uno
mismo no puede atribuirse el título de escritor, eso lo deciden los lectores.
En cambio, si puedo afirmar que soy un psicólogo, disfruto de la interacción
con mis alumnos y mis pacientes, y sentir que uno es capaz de dejar una huella,
un beneficio aunque sea muy pequeño en ellos, me llena de orgullo.