El sismo del día martes 3 de Junio, me sorprendió en el
cine. La mayoría de espectadores saltó de su asiento, pero ninguno llegó a
abandonar la sala. La tierra pronto se calmó y todos volvieron a sus lugares.
En la pantalla la imagen del mar calmado de La Punta contrastaba con la
sacudida telúrica. Para algunos, el mar angustia, es sinónimo de temor, para
otros significa paz, equilibrio y tranquilidad. Incluso conozco el caso de
muchas personas que se encontraron a sí mismas frente al mar. Lo cierto es que
el mar esconde innumerables significados así como misterios. En Viaje
a Tombuctú, Rossana Díaz contrasta la violencia y desolación de sendero
luminoso, presentadas de modo indirecto, con escenas en su mayoría idílicas donde
un mar calmo constituye el elemento fundamental de la atmósfera que acompaña la
historia. Un bote en apariencia a la deriva con los dos protagonistas vivienda
una fantasía amorosa, aparece como la única esperanza ante una sociedad
corrupta y sumida en la violencia. Quizá porque de modo preciso es lo que
representa la ilusión amorosa, un paréntesis en la vida del ser humano plagada
de desilusiones.
El filme
se inicia con la celebración navideña a mediados de la década de los ochenta
teniendo como cede a una familia de clase media. En medio de la celebración un
apagón se apodera de la ciudad. Resulta llamativo cómo desde los primeros
instantes un mensaje de desconsuelo es trasmitido por identificación al
espectador. ¿Qué nos obsequia aquel año la navidad? Rossana Díaz lo decide de
modo brillante: un apagón. Así, con el trascurrir de la película, recibimos
este tipo de mensajes, que no solo trasladan y permiten evocar al espectador
adulto aquellos años terribles donde el terrorismo nos atacó a los peruanos sin
piedad, sino que además, y quizá lo más relevante, es el hecho de que permite a
las generaciones jóvenes conocer aquella parte oscura de nuestra historia como
país, un mundo para ellos desconocido, donde la escases de alimentos, la falta
de agua y luz, entre otras cosas, eran lo habitual.
Ante esta terrible
situación, donde la escena del bus interprovincial resulta de lejos la más lograda, el amor entre Ana y Lucho surge, lucha, pero está destinado al
fracaso, o quizá no, porque el amor siempre está en uno, no en el otro. Viaje a
Tombuctú representa el viaje al pasado sin resolver que todos tenemos y que
debemos elaborar y conocer, y este filme es una oportunidad para lograrlo.
Para finalizar,
quisiera destacar las actuaciones de Élide Brero y Enrique Victoria, quienes
nos deslumbran con su experiencia, por otro lado, considero las actuaciones de
los niños superan a las niñas. Sin embargo, este detalle no desmerece la
película, sino todo lo contrario nos instaura la expectativa. Un filme, un
libro, una pintura siempre pueden salir mejor, no cabe duda. Esperaremos
ansiosos la próxima obra de Rossana Díaz.