Extraño los pollitos que cuidaba mi
abuela. Extraño escucharla cantar. Extraño viajar a Otuzco, su tierra natal con
ella. Extraño a mis padres de la infancia. Crecí y como es natural, ellos
desaparecieron a pesar de tenerlos cerca. Extraño correr por el parque. Extraño
subir a los juegos mecánicos con mi
madre. Extraño ver a Ultrasiete derrotando a los monstros que invadían
La tierra, a Marco buscando a su mamá, a Meteoro ganando carreras, al
Correcaminos huyendo de las ingeniosas trampas del coyote. Extraño reírme como un
niño. Extraño canjear muñecos de Los Picapiedra en las lavanderías American Dry
Cleaner. Extraño el chocolate Superleche. Extraño mi infancia.
No extraño mi colegio.
Extraño jugar fútbol toda
la tarde con mis amigos en la calzada. Ser arquero porque era el único puesto
para el que servía. Extraño jugar canicas, trompo y chapita. Extraño ensuciarme
la ropa y llegar todo sudado a mi casa. Extraño faltar al colegio y después
tener que ponerme al día con las tareas. Extraño cuando mi tío me llevaba al
cine a ver películas de ciencia ficción y de súper héroes, y también extraño mirar
las fotografías de los estrenos en los murales de las paredes. Extraño pasear
con mi madre por las tiendas Scala, Monterrey y Tía. Extraño coleccionar e
intercambiar figuritas de los álbumes de Navarrete. Extraño mis clases de
natación aunque al inicio las detestaba. Extraño ver a Perú en el Mundial de
España 82. Extraño a la mascota Naranjito. No importa que Polonia nos goleara
por 5 a 1.
Extraño mi niñez.
No extraño la escases de
los ochenta.
Extraño las gaseosas Piña
Canada Dry y Teem para la peor sed. Extraño la saga original de Star Wars,
aunque la pueda ver repetida mil veces. Extraño jugar ajedrez, no importa si
perdía el ascenso de categoría por medio punto. Igual extraño la tensión de
estar sentado frente al tablero. Extraño las tribunas colmadas del hipódromo para
ver a Misilero y a El Duce. Extraño a Lutz ganando el Gran Premio
Latinoamericano. Extraño correr maratón. Extraño saltar en las tribunas del
estadio. Extraño grabar música en casete. Extraño cuando existía la amistad.
Extraño Trujillo adonde prometo retornar. Extraño mi adolescencia.
No extraño el terrorismo.
Extraño mis años
universitarios y todo el tiempo libre que tenía. Extraño a las chicas que me
dijeron que no, también a las que me dijeron que sí. Extraño a mis amores
imposibles, también a mis amores posibles. Extraño a mi tía Julia que siempre
creía en mí. Extraño ir al gimnasio. Extraño el concierto de Indochina en el
Amauta. Extraño la voz de Freddy Mercury. Extraño la salsa de Rubén Blades y de
Héctor Lavoe. Extraño la emoción de mi primer viaje en avión. Extraño los
combates de Hagler y Duran. Extraño las carreras de Sena y Schumacher. Extraño
leer en los buses, acabar novelas de 500 páginas y de inmediato comenzar una
nueva. Extraño a Michilin, un gato parecido al de “Cementerio de animales” de
King. Motta, una perrita chusca juguetona. Oso, un pastor alemán que mis padres
regalaron porque no querían la casa convertida en un albergue de animales; y a Kitty,
una pekinesa traviesa de color caramelo, todas las mascotas que me acompañaron
hasta este momento. Cuanto las extraño. Quizá demasiado. Extraño a mis amigos. Extraño
cuando reíamos juntos. Incluso a veces, me extraño a mí mismo. Extraño mi
juventud.
No extraño mi vida adulta.
La estoy viviendo.