Decir adiós significa cambiar. Representa el coraje de
atreverse a hacer algo nuevo, diferente. Dejar lo viejo por lo nuevo. Atreverse
a dejar lo conocido y cotidiano por lo desconocido y la incertidumbre. El adiós
cuando parte de una decisión propia siempre necesita de valor y coraje. Es como
dejar la seguridad del hogar e iniciar un viaje por una selva inexplorada, sin
contar con un mapa de ruta que nos guie. Pocos se atreven. Lo más sencillo es
continuar con la rutina, así esté marcada por el tedio y el aburrimiento,
incluso por la desazón, pocas son las personas que se arriesgan a decir adiós,
que optan por el cambio.
Sucede
que la mayoría de personas son de una medianía enfermiza. En primer lugar, se tiende
a rechazar lo extraordinario. Por ejemplo si se descubriera vida en otro
planeta, no faltarían argumentos en contra aduciendo que se trata de una farsa
creada por los gobiernos que dirigen el mundo. En segundo lugar, ante el éxito
ajeno surge la envidia como una forma de menospreciar el logro, en lugar de decidirse
a mejorar. Por ejemplo, cuando la selección juvenil de vóley avanzó a
semifinales del mundial de modo inesperado, el seudotriunfalismo y seudopatriotismo
de muchos exigía el título. Cuando la selección terminó en un honroso cuarto
puesto, no faltaron las voces que acusaron a la selección de falta de coraje.
Qué comentarios tan mezquinos. Acusar de medianía al resto aparece como la
forma favorita de los mediocres de ocultar sus propias limitaciones.
Existen
situaciones donde el adiós no lo decidimos nosotros, sino que depende de otras
personas o de las circunstancias. Una pareja que nos abandona, una empresa que
nos despide o un amigo que nos traiciona. En estas condiciones resulta
imperativo el cambio. A veces tenemos que aceptar que no nos quieren y están en
su derecho. Solo nos queda decir adiós y seguir adelante.
Decir
adiós, requiere de mucho valor, sobre todo cuando existe una valor sentimental
ligado al contexto. Por ejemplo, valor para dejar una relación enfermiza que
nos abruma con insatisfacciones, y aceptar como consecuencia de ello, una
temporada de soledad con la única certeza de que la próxima relación será
diferente, ni mejor ni peor, solo diferente.
En
ocasiones hay que atreverse a salir de casa. Hay que tener el coraje de
arriesgarse. Se puede caer en el intento, claro que sí, pero también se puede
alcanzar el triunfo. Hay que adentrarse en la selva, es necesario optar por lo
inesperado, ir contra la corriente, hay que atreverse a ser diferente y no
seguir a los demás como ganado, y para ello, es inevitable decir adiós. Adiós a
nuestras creencias. Adiós a las malas noticias que recibimos cada día. Adiós a
los traumas y a los golpes de la vida. Adiós a la envidia y al derrotismo que
impera en nuestra sociedad. Adiós a los supuestos amigos que en realidad no lo
son. Adiós a todo lo que nos detiene y a continuar cueste lo que cueste por
aquello que deseamos. Sucede que no se puede seguir actuando del mismo modo y
esperar un resultado diferente. Hay que atreverse a cambiar. Decir adiós no
solo significa dejar las cosas en el pasado, sino orientarse hacia el futuro.
Decir adiós significa aventurarse a seguir viviendo.