Leí La taberna de Emilio Zola en una impecable edición de
Oveja negra cuando era apenas un adolescente. Confieso que inicié la lectura
con temor. Temor a sus más de trecientas páginas. No significa que antes, no
hubiera leído libros de mayor extensión. Conversación en La catedral de Vargas
Llosa y Moby Dick de Melville, los había devorado con una enorme satisfacción. Me
atemorizaba lo desconocido, y Zola, para aquel adolescente que era a finales de
los ochenta, era un total desconocido. Ignoro si les sucede a ustedes, en mi
caso antes de leer por primera vez a un autor, así se trate de un clásico,
solicito opiniones y no de expertos literatos, sino de amigos amantes de la
literatura. Hay tanto por leer y tan escaso tiempo, que me niego a desperdiciar
el tiempo leyendo un texto que no vale la pena o que no me agrada. Por otro
lado, soy consciente que un reconocido autor o una obra maestra pueden no
gustarnos, sin que ello signifique mezquinar méritos al autor o a la obra. La
taberna se publicó en 1877 y me fascinó. La taberna es la séptima novela del
ciclo de Los Rougon-Macquart, y narra la historia de Gervasie, una mujer
honrada y trabajadora que después de alcanzar el progreso económico, las
circunstancias y su escasa reacción ante las mismas, la lleva a degradarse y
perder no solo a su familia, a sus amigos, sino a sí misma. Zola relata la
desolación y la desesperanza del pueblo, a través de la identificación con este
personaje femenino. Zola buscó en su obra descubrir el trasfondo del hombre en
la sociedad. Con respecto de su novela, el autor comentó: “es la primera novela sobre el pueblo que no miente y que huele a
pueblo”. Tiene toda la razón. La impotencia que embarga a Gervasie, además
de conmovernos, nos acerca a una realidad desconocida para muchos, la realidad
del individuo, en este caso una mujer que debe buscar en el entorno social el
sustento diario con un mínimo de oportunidades para lograrlo. Las excesivas
invitaciones para estar mal que agobian a la protagonista terminan por
derrotarla y su injusta derrota nos conmueve. No entendemos su abandono.
Sufrimos con ella, incluso resulta imposible dejarla y cuando por fin fallece,
una melancólica resignación se apodera de nosotros. Con audaz sagacidad, Zola
se introduce en nuestros pensamientos y nos conduce hacia la trágica idea: era lo mejor para ella. Ya no queríamos
verla sufrir, quizá porque en el fondo, sufríamos también nosotros.
Hace unos días terminé de
leer La bestia humana, y sigo pensando lo mismo. Zola es un autor extraordinario.
Sorprende su capacidad de recrear la psicología de las personas, con sus
conflictos y vicisitudes desde una perspectiva que bien podría situarse en la
actualidad. Su obra no se desgasta, como sucede con algunas novelas clásicas.
En el caso de Zola, la vigencia se mantiene porque ofrece al lector lo más
profundo del ser humano, su sí mismo. Cada novela del autor francés representa no
solo un viaje al naturalismo propio de la época, sino además, ofrece una mirada
hacia el interior de uno mismo