lunes, 28 de noviembre de 2011

UN PIANISTA EN MEDIO DE LA GUERRA

Ver El pianista, notable filme de Polanski, significa recordar el horror de la guerra. Aquel Tánatos señalado por Freud en 1923 en Más allá del principio del placer, y descuidado por nuestra sociedad, en donde hemos llegado al extremo de llegar a convivir con la violencia y la muerte como si se tratara de sucesos sin importancia. Polanski nos recuerda en este filme que las guerras son siempre nefastas, y no solo para los que pelean, sino para los civiles que asisten como invitados involuntarios a una masacre que está más lejos de su entendimiento. Basta ver el rostro acongojado de Adrien Brody, representando al pianista Spilman, luego de su vano intento por salvar al niño que al retornar al gueto es descubierto y golpeado del otro lado del muro hasta morir, para identificarse con su sufrimiento.

¿Por qué recordar un suceso tan doloroso? Precisamente por eso. Por el dolor que representaron y representan aún, las millones de muertes, en su mayoría de civiles, que trajo como consecuencia la ambición de unos pocos. Cuando el acorazado alemán Schleswig Holstein atacó la península polaca de Westerplatte, se dio inicio a la más cruenta guerra del mundo moderno. Nuestra indignación debe impedir que se repita. Y estamos fracasando. Nuestra indignación a cedido ante la indiferencia. Aquí la relevancia del filme de Polanski. En El pianista, asistimos a la historia de Wladyslaw Spilman, destacado artista, que padece las consecuencias de la invasión alemana a Varsovia, la capital de Polonia, ciudad que va siendo devastada al igual que el protagonista. La destrucción de ambos se muestra en paralelo. Las ruinas del gueto coinciden con la soledad forzada, a la cual, se ve obligado enfrentar Spilman para sobrevivir. Las guerras y la muerte, significan lo mismo, destrucción y pérdidas. La ciudad pierde su belleza arquitectónica, el país derrotado pierde su dignidad y Spilman pierde a su familia y a sus amigos. Lo que no debemos perder es nuestra capacidad de memoria, no para mantener vivo el resentimiento, sino para aprender del error y luchar con todas nuestras fuerzas para que el horror de la guerra no se vuelva a repetir.

MASCULINIDAD Y FEMINIDAD: AMANTES Y ENEMIGOS

“Me he casado con un descuartizador de aguacates. Y comprenderán que mi matrimonio es un fracaso”.

Un fracaso si no acepto lo diferente, lo cual, incluye las diferencias de género. Y es que entre lo diferente y las diferencias existe una gran distancia, al igual que entre los miembros de la pareja. ¿Acaso no parecíamos tan semejantes cuando nos enamoramos? En efecto, la simbiosis, la negación y otros mecanismos colaboraron para que nuestro psiquismo formara una imagen del otro de acuerdo a nuestras propias necesidades. Deseos, mencionaría Lacan. Creamos una imagen, un híbrido fantástico construido con partes de objetos prestados, sobre todo de nosotros mismos, y esto se debe a que nuestros contenidos necesitan encontrar un espacio donde ser depositados, recibidos, amados y porque no tolerados.

¿Entonces nunca hemos sido tan semejantes? No. Así, de tajante, y no lo éramos porque el otro no existía, solo era una fantasía, y las fantasías tarde o temprano tenemos que dejarlas de lado, porque vivimos en un mundo real, y las personas son realidades, no imágenes.

“Me he casado con un descuartizador de aguacates. Y comprenderán que mi matrimonio es un fracaso”.

Una diferencia crucial que la protagonista del relato Mi hombre, de Rosa Montero no entiende. Su lectura es casi una obligación para quienes deseen acceder al sombrío drama de la cotidianeidad en la pareja.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

LO QUE CONOZCO DE CONTAR HISTORIAS

Referirse a un texto escrito por uno mismo, siempre resulta un tanto bochornoso, al menos para mí. En este caso, se trata de mi segundo libro de relatos, hecho que me aleja cada vez más de la psicología y me acerca al quehacer literario, aunque no soy iluso como para reconocer la imposibilidad de una dedicación exclusiva a este arte, así que estaré obligado a seguir siendo un infiel, académico se entiende.

Quisiera iniciar este discurso con una anécdota, en la cual, la presencia de Eros y Tánatos resultó fundamental como durante toda mi vida. Contaba con 14 o 15 años, cuando el maligno virus de la faringitis me atacó con toda su furia. Fueron siete días de malestar terrible, con breves momentos donde los síntomas parecían remitir, y digo terrible porque para las enfermedades soy, una vez superada mi tolerancia, bastante exagerado. Durante aquella semana, me dediqué a lo único que podía hacer, aparte de ver televisión, leer. Así, llegó a mis manos un extenso libro que devoré sin cesar desde la primera página. Viaje imaginariamente con Santiago y Ambrosio por diversos lugares del Perú durante el segundo período militar. Adivinaran ustedes que me estoy refiriendo a Conversación en la catedral, extraordinaria novela que reúne cuatro historias en una. Aquel fue el inicio de mi acercamiento hacia la literatura, antes solo había leído alguno que otro libro, sin mayor interés que la obligación de cumplir con una tarea escolar, actitud de la cual, me arrepiento. De igual modo, lamento cada oportunidad perdida donde opté por no leer o escribir con la excusa de cumplir con otras labores pendientes del quehacer cotidiano. Ahora no encuentro nada más placentero que disfrutar de un buen libro o crear una historia a través de la palabra escrita. Debo confesar que luego de leer tan extraordinario libro, leí mucha literatura ligera, sobre todo una colección de best seller, editado por Oveja negra. La mayoría fueron libros totalmente prescindibles, pero entre ellos tuve la fortuna de encontrar auténticos tesoros como: Moby Dick, El americano impasible, La guerra de los mundos, El retrato de Dorian Gray, entre otros que cautivaron al entonces adolescente que era y terminaron de sumergirlo por completo en el mundo fascinante de la literatura.

Escribir un cuento, como sostuvo Juan Boch, es referirse a un hecho que tiene indudable importancia. Ahora ustedes, se preguntaran con toda razón ¿qué o cuáles hechos son importantes? Interrogante difícil de contestar. Su misma relatividad se apoya en que cada uno de ustedes encontrará una respuesta diferente. Creo que toda persona aspirante a escritor, no debe elegir un tema pensando que aquello que nos conmueve, y por consiguiente, es importante para nosotros, lo es también para los demás. Craso error. Escribir, además de pasión, imprescindible por cierto, requiere técnica y esfuerzo. Mucho esfuerzo. Me atrevería incluso a afirmar, que no se facilita la tarea si elegimos un tema universal como el amor. Cada autor debe encontrar su estilo, la forma de plasmarlo en el papel. Por ejemplo Bioy Casares en Historias de amor realiza una fusión entre el escepticismo y la valoración de dicho sentimiento, Carver en toda su obra prefirió retratar la fragilidad humana con un tono melancólico y austero, Hemingway en La corta y feliz vida de Francis Macomber, nos muestra los miedos, la hipocresía y las ilusiones de una pareja en situaciones de peligro, mientras que Cortazar refleja con precisión la angustia existencial humana en El perseguidor. Todos ellos, son ejemplos de sucesos importantes, escritos con técnica y pasión.

Un cuento sin técnica es deficiente. Un cuento sin pasión, carece de alma. Ambas deben fusionarse en busca de un mismo objetivo: contar un buen cuento.

Algunos colegas y amigos me han preguntado, si la profesión de psicólogo influye en mis relatos. Yo quisiera creer que no, porque no pretendo hacer psicología con ellos, sino literatura, y estoy plenamente convenció de la idea planteada por Wilde, que el arte debe servir para divertir, para el placer, no para enseñar, al menos como función primaria. Sin embargo, debo admitir, que en ocasiones, la psicología se filtra, como por ejemplo, cuando recreo a un delirante en el relato Italy, o cuando tengo la osadía de escribir sobre Freud, el padre del Psicoanálisis. Esto me lleva a reflexionar acerca de la estrecha relación existente entre ambas. Incluso me atrevería a sostener que la literatura nos revela aspectos de la personalidad antes que la psicología. Qué saben los ajedrecistas de mujeres pretende llegar a ustedes con pasión y técnica. Ignoro si lo logra. Técnica que descubrí gracias a los narradores Roberto Reyes y Cronwel Jara.

Para finalizar quisiera rescatar la idea de la escisión tan notoria, que viven muchas personas al verse obligadas a compartir su tiempo entre la actividad laboral y la actividad literaria. En ese orden. Recordemos que vivimos en un país donde las dificultades económicas restringen el desarrollo cultural, y donde la actividad artística se ve relegada por el quehacer cotidiano cargado de responsabilidades, de presiones laborales y con muchas invitaciones a estar mal. Toda persona que se inicia en esta delicada labor, es como un pez fuera del agua, es decir, debe enfrentarse a un ambiente cultural reducido, carente de oportunidades, una sociedad cada vez menos humana y más materialista, donde publicar colinda con el milagro, y además debe sobrevivir a ello. Es como vivir de modo similar al célebre personaje de Stevenson, el doctor Jekyll y su alter ego míster Hyde, la idea no es propia, la escuché de un colega hace unos años. Vivir de acuerdo a las normas o como uno prefiere. O vivir según el postulado Lacaniano del Yo como imagen, lo que significa que el ser humano, a veces, no es el mismo, sino Eso que acompaña al Yo. Así, me siento, a veces como un Yo, a veces como un Eso, a veces como Jekill, a veces como Hyde, y es que entre la realidad y la ficción, existen escasas alternativas de elección, y un aspirante a escritor debe tener el valor de arriesgarse y elegir, ya que no se puede seguir siendo un infiel académico toda la vida. Muchas gracias.

(Discurso ofrecido en el año 2004, durante la presentación del libro Qué saben los ajedrecistas de mujeres)

Fernando Espíritu Alvarez

domingo, 6 de noviembre de 2011

UNA NOVELA SUECA

Aunque adquirí el placer por la lectura durante mis años escolares gracias a los best seller, el buen sentido común siempre me aconseja, al igual que algunos maestros a desconfiar de ellos. La experiencia nos ha demostrado que la mayoría de libros considerados en esta categoría son una estafa, inflada por la propaganda y hasta bien recibida en algunos casos, por una crítica literaria incapaz de cumplir su verdadera función. En menor proporción, un segundo grupo de esta categoría por lo menos entretiene al lector, aunque sin llegar la obra esperada, lo que convierte al libro, a mi criterio en aceptable. Y un tercer grupo, el más reducido, resulta una verdadera sorpresa y todo un descubrimiento por su brillantez.

En el caso de la novela de Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres, perteneciente a la trilogía Millenium, encontramos un texto que perteneciendo al segundo grupo planteado, en algunas de sus páginas pretende alcanzar al grupo más selecto, lo que resulta meritorio. Los protagonistas principales están unidos por un lazo de rebeldía que dirigen en contra de la sociedad corrupta y abusiva. Ambos han caído en desgracia, pero la derrota no forma parte de su estilo y forma de ser. Las motivaciones de Lisbeth son enteramente personales, fruto del trauma y la impotencia, mientras que las de Mikael provienen de una identificación con el prójimo, con el colectivo. El resluado es el mismo, ambos luchan, aun cuando todas las posibilidades están en su contra. Lisbeth debe enfrentar a un tutor del gobierno degenerado y Mikael a dos corporaciones de enorme prestigio. El fondo de un supuesto crimen traslada al lector al descubrimiento de los comportamientos más bajos a los que puede ser capaz de llegar un ser humano, amparado en ideologías tan absurdas como dogmáticas. La inteligencia y perseverancia de Mikael unida a la indocilidad y memoria fotográfica de Lisbeth, les permite salir airosos por el momento. La unión hace la fuerza, nos dijo otro escritor hace ya varios siglos. En esta novela de Larsson, a pesar de la imposibilidad vincular de uno de los protagonistas, esta afirmación de solidaridad, queda confirmada.